Raquel Vidal (Almería, 1987) y Pedro Paz (El Ferrol, 1981) se conocieron en la Facultad de Bellas Artes de Granada y, desde el principio, empezaron a desarrollar proyectos juntos. Raquel se fue a Valencia a estudiar un máster de producción artística, y seguían colaborando en la distancia hasta que Pedro también se mudó a la capital levantina.
Ella hacía esculturas y él, audiovisual, "y entonces se nos ocurrió empezar a hacer objetos que se pudieran comercializar de una forma más sencilla", asegura este. Se bautizaron Canoa Lab porque es una embarcación que no tiene ni proa ni popa.
"Nos conectaba con la idea de deriva, de hacer que este proyecto fuera lo que quisiéramos en cada momento", explica Pedro. "También es un medio de transporte que requiere de la fuerza humana", añade Raquel.
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Punto de partida
"Como era la primera vez que íbamos a hacer un objeto utilitario decidimos remontarnos al principio de los tiempos y entender la cultura objetual que tenemos más cercana, la de España y el Mediterráneo", relata Raquel.
Buceando en la historia descubrieron que ahí afuera había todo un universo de formas y acabados por descubrir o, mejor dicho, por redescubrir. Fueron construyendo un imaginario que, poco a poco, se fue concretando a través del barro, el metal y un esmalte que producen ellos mismos. Y a la velocidad –lenta– que les pide el material.
"Precisamente Canoa surgió como una herramienta para combatir las prisas", resume Raquel, cuyos clientes son mayoritariamente extranjeros, de EE. UU., fascinados por estas piezas con pátina que les remiten a la cuna de la civilización que representa la cuenca mediterránea.