Basta con los dedos de una mano para contar el número de artesanos especializados en el vidrio soplado con soplete que en nuestro país se dedican a desarrollar la parte más creativa de esta disciplina. Alex Añó (Barcelona, 1972) es uno de ellos; el resto domina esta habilidad para fabricar aparatos de laboratorio o matraces empleados en alquimia. Para este artesano, con taller en el barrio de Sants de Barcelona, esta disciplina "es todo un mundo porque no es el soplado al que estamos acostumbrados". De hecho, la técnica es una gran desconocida.
El propio Añó, después de un período de formación en la Escuela Massana de Barcelona y de pasar por un centro de formación ocupacional para orientar su sensibilidad artística, fomentada por sus padres –su madre hacía tapices y su padre era arquitecto técnico–, tuvo que viajar hace dos décadas hasta el norte de Alemania para recibir una formación específica en esta variedad.
Itinerario propio
En Osnabrück, en la Baja Sajonia, encontró el taller donde aprender a dominar esta técnica, "algo que aquí no era posible porque la figura del aprendiz ya no existe", dice. "En el soplado de caña se trabaja con vidrio semilíquido; en cambio, esta técnica parte de tubos preformados de vidrio borosilicato que, a 1.200 o 1.300 grados, se transforman en secciones para soplarlas y darles forma con movimientos de la mano como en un torno de alfarero", cuenta. "Un proceso rápido y preciso que no permite vuelta atrás y exige disciplina", añade.
Sus piezas escuetas, inspiradas en la naturaleza e ideadas para alcanzar la idea de belleza, están en tiendas como Llop, en Madrid, o el Guggenheim de Bilbao. Ha expuesto en Tokio (dos veces), en la Biennale des Verriers de Carmaux (Francia) y en Madrid Design Festival. Alex Añó crea desde el corazón, mantiene la ilusión de los inicios, juega a mezclar con otros materiales y piensa que en la creatividad no hay categorías.