Comparar disciplinas es una manera sencilla de entender movimientos y corrientes específicas. Por ejemplo, ¿sabías que la arquitectura moderna tiene algo en común con el jazz? Ambos rompieron moldes en sus respectivas épocas, improvisaron sobre lo clásico y abrazaron la esencia del cambio. En España, esa ruptura fue tanto un reto como una revelación, porque si bien el modernismo catalán ya había dejado su huella ondulada, el movimiento moderno se planteó algo diferente: líneas más limpias, materiales innovadores y, sobre todo, un compromiso con la funcionalidad. Vamos, que se trataba de hacer más con menos, pero sin perder ni un ápice de belleza.

Y es que, mientras en otros países Le Corbusier o Mies van der Rohe ya marcaban las reglas del juego, en España nos tocó lidiar con un contexto histórico que no era precisamente un terreno fértil para revoluciones estéticas. Pero eso no detuvo a ciertos visionarios que decidieron que era hora de mirar al futuro sin renunciar a nuestra identidad.

Recuerda que puedes buscar nuestro canal de WhatsApp de Arquitectura y Diseño y darle a seguir o bien acceder directamente mediante este enlace.

Entrance of the Fundació Joan Miró, Barcelona, June 2022

Entrada de la Fundació Joan Miró, Barcelona.

Wikimedia Commons

GATCPAC: el inicio de una nueva era

En los años 30, un grupo de arquitectos catalanes liderado por Josep Lluís Sert decidió cambiar las reglas del juego. Bajo las siglas de GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea), estos pioneros apostaron por una arquitectura funcionalista, con un claro guiño a la Bauhaus y a los principios racionalistas. Edificios como la Casa Bloc o la Fundació Joan Miró, en Barcelona, son testigos de este legado.

Lo interesante de este grupo es que no se limitó a diseñar edificios; querían reformar la sociedad a través del urbanismo. Sus propuestas para la Ciudad de Repòs i Vacances o el Plan Macià para Barcelona eran auténticos manifiestos sobre cómo debía ser la vida moderna. Y aunque no todas sus ideas vieron la luz, dejaron claro que la arquitectura podía ser mucho más que construir paredes.

Fachada interior de la Casa Ugalde

Fachada interior de la Casa Ugalde

Casaugalde.com

Coderch y la resistencia individual

Pasada la Guerra Civil, España se encontraba aislada tanto política como culturalmente. Sin embargo, en este contexto sombrío, figuras como José Antonio Coderch brillaron con luz propia. Si GATCPAC era un esfuerzo colectivo, Coderch encarnó la resistencia individual, demostrando que el modernismo no era un estilo importado, sino algo que podía integrarse con nuestras tradiciones.

Su obra más conocida, la Casa Ugalde, es un ejemplo perfecto de cómo combinar las líneas limpias del racionalismo con la calidez mediterránea. Nada de frialdad industrial: aquí los materiales naturales y la luz son los que mandan y crean espacios que son tan modernos como acogedores.

Coderch además reflexionaba profundamente sobre su oficio. En su famoso texto No son genios lo que necesitamos ahora, defendía la autenticidad y la honestidad en la arquitectura. Un manifiesto que, décadas después, sigue siendo de una vigencia brutal.

Torres Blancas, Madrid, España. (Arquitecto: Francisco Javier Sáenz de Oiza, 1964-68).

Torres Blancas, Madrid, España. (Arquitecto: Francisco Javier Sáenz de Oiza, 1964-68).

Carlos Traspaderne

Sáenz de Oiza y la monumentalidad moderna

Y luego está Francisco Javier Sáenz de Oiza, un nombre que nunca pasa desapercibido. Si Coderch era todo sutileza, Oiza era pura contundencia. Su Torre BBVA y las Torres Blancas en Madrid son auténticos iconos del skyline de la capital, pero más allá de su dimensión monumental, lo interesante de Oiza era su capacidad de adaptarse.

El edificio de viviendas en la calle Triana, en Sevilla, o el Santuario de Arantzazu en Oñate muestran un rango impresionante de estilos, todos con un denominador común: la experimentación constante. Oiza entendía que ser moderno no era seguir modas, sino adelantarse a ellas.

Gimnasio Maravillas, de Alejandro de la Sota

Gimnasio Maravillas, de Alejandro de la Sota

Fundación Alejandro de la Sota

Alejandro de la Sota: el poeta del hormigón

Si Sert fue el teórico, Alejandro de la Sota sería el poeta. Este arquitecto gallego encontró en el hormigón armado su medio de expresión favorito. Su obra más icónica, el Gimnasio Maravillas en Madrid, es una oda a la simplicidad, donde la línea recta y el espacio funcional cobran vida. Pero no todo fue cemento y geometría: De la Sota también tenía un ojo clínico para el detalle humano, asegurándose de que sus edificios fueran tan cómodos como innovadores.

Nuevos edificios. Instituto de Patrimonio Cultural de España, de Fernando Higueras y Antonio Miró

Fernando Higueras y el sueño utópico

Higueras fue el enfant terrible del modernismo español. Este madrileño insaciable no tenía miedo de arriesgarse con formas y conceptos. Prueba de ello son el edificio del Instituto de Patrimonio Cultural de España, conocido como “la corona de espinas”, o sus viviendas experimentales en Madrid, que mezclaban tradición y modernidad con una facilidad pasmosa. Para Higueras, la arquitectura era un juego de contradicciones: lo funcional podía ser también bello y la utopía no era solo un sueño, sino un objetivo.

El legado moderno en España

¿Qué nos queda hoy de estos pioneros? Mucho más de lo que podríamos imaginar. Si paseas por ciudades como Barcelona, Madrid o incluso pequeños municipios, es probable que te encuentres con edificios que beben directamente de este movimiento. En una época en la que la sostenibilidad y la eficiencia son clave, mirar al pasado nos recuerda que el movimiento moderno ya planteaba soluciones para algunos de los retos actuales. Porque, al final, como diría el propio Coderch, "la arquitectura es más que construir; es entender".

Así que la próxima vez que veas una línea recta que corta el cielo con elegancia o una ventana que inunda de luz un espacio austero, piensa en esos pioneros que, contra viento y marea, apostaron por algo tan simple y tan complejo a la vez: cambiar el mundo, cambiando una pared a la vez.