Todos conocemos a Antoni Gaudí por ser el artífice de la transformación arquitectónica de Barcelona. La Sagrada Familia, la Casa Batlló o La Pedrera son solo algunos de los monumentos de la ciudad condal que han marcado un antes y un después en el modernismo arquitectónico. No obstante, las obras del arquitecto pasaron las fronteras de la capital catalana, hasta el punto de llegar a las orillas de un mar que no es el Mediterráneo: El Capricho de Gaudí en Comillas, Cantabria.
Este edificio, también conocido como Villa Quijano, es una de las construcciones modernistas más impresionantes de toda España. Sus colores vibrantes, los detalles de su fachada y su gran torre son los elementos que más destacan de todo su conjunto. Uno de los datos más sorprendentes, es que fue una de las primeras obras del arquitecto, incluso antes que las más conocidas de Barcelona.
El Capricho de Gaudí: una casa para una figura del momento
Los interiores de la casa cuentan con 720 m2, distribuidos por diferentes estancias, que fueron adquiriendo una posición especial al proyecto gracias a una de las ideas de Gaudí. Quijano quería aprovechar cada uno de estos espacios, por eso, el arquitecto organizó los interiores de tal manera que cada rincón se pudiera aprovechar en un momento del día distinto. Para diferenciarlas y saber cuáles eran mejor para cada hora, el barcelonés incluyó girasoles en su fachada en homenaje a la luz del Sol.
El proyecto se llevó a cabo entre los años 1883 y 1885. La obra vino por orden de Máximo Díaz de Quijano, un hombre dedicado al mundo de la abogacía que regresaba de Cuba tras hacer negocios en la isla. El concuñado del Marqués de Comillas propuso a Gaudí hacer un edificio en el entorno del palacio de Sobrellano, otra de las construcciones más emblemáticas del pueblo, junto a la Universidad Pontifica de Comillas.
El catalán se puso manos a la obra con la planificación de este proyecto. Sin embargo, uno de los datos más destacados es que nunca llegó a visitar el municipio cántabro, realizando todo el proyecto desde la ciudad condal. En el 1969 fue declarado Bien de Interés Cultural. No obstante, con el paso de los años ha tenido numerosas funcionalidades. Empezó siendo una casa residencial, pero por la mala conservación y el paso de diversos inquilinos, su aspecto no estaba en buenas condiciones. Una vez que se arregló, paso a ser un restaurante hasta que en 2010 se convirtió en museo.
Una arquitectura innovadora en la época
El estilo arquitectónico no podía ser otro que el modernista. Los exteriores están marcados por la incorporación de elementos por doquier, el uso de colores y hacer claras metáforas con el mundo artístico. Cogió influencias de las edificaciones árabes y adoptó detalles refinados de la estética oriental. No obstante, quería plasmar hacia el resto de la población la ostentación económica de su propietario, razón por la que decidió cargar toda la fachada de motivos decorativos.
Los componentes que utilizó el catalán fueron los azulejos para revestir el hormigón y el resto de materiales más sobrios. La cerámica jugó un gran papel al dar la posibilidad de otorgar color, sobre todo el verde y la terracota, en sus bloques más destacados. El ladrillo y la teja también están presentes en muchos rincones de la construcción.
La parte inferior está organizada de una forma muy inteligente. Nada más entrar, nos encontramos con una planta entre el bajo y el sótano en la que se encuentran diversas cocinas. Los arcos y las columnas tienen un gran protagonismo en el resto de estancias, sobre todo, en las partes donde se sujeta la parte más alta de El Capricho. En la otra punta de la casa, se encuentran los espacios más íntimos de los miembros que habitaron en la casa.