Es expresivo, con una mirada muy viva que delata su inteligencia y habla con intensidad, gesticulando con las manos. Vincent van Duysen (Lokeren, 1962) contagia pasión por lo que hace. Es un arquitecto profundamente enamorado de su profesión, y eso se percibe apenas empieza a hablar. Van Duysen es una referencia desde hace muchos años por su arquitectura elegantísima y esencial, por su sensible intuición para extraer el alma a los materiales y diseñar muebles y objetos para las mejores firmas del panorama internacional.

¿Cómo llega el progreso? ¿Cuándo en la obra de un arquitecto algo cambia y se da un paso adelante?

Entiendo la arquitectura como un todo, como la suma de muchas disciplinas: es el interior y el exterior. Es mi pasión, mi oficio, mi mundo. Soy muy afortunado porque, en mi caso, es constantemente un reto: trabajo internacionalmente, para gente muy diferente. Cada proyecto y cada cliente son siempre nuevos. En lo que se refiere a progreso hay claramente una trayectoria en mi carrera que va cambiando, pero la esencia permanece invariable desde el principio. Lo que quiero decir es que la integridad, la necesidad de hacer cosas atemporales, la emoción que produce un espacio bien resuelto me guían desde el principio y no se han movido. Posiblemente desde fuera pareciera que mi progresión ha sido ir asumiendo proyectos de mayor escala, lo que no es incierto. Pero no ha cambiado el interés por acercarme a proyectos de menor envergadura.

En su trabajo late un profundo amor por la abstracción. ¿Qué le da la geometría?

Siempre me he sentido profundamente atraído por la obra de Palladio, de Adolf Loos, de la Bauhaus o de las construcciones arquetípicas y anónimas del desierto. Ahí hay geometría llena de poesía. En mi formación como arquitecto hay un poso importantísimo de todo eso. Pero no quiere decir que no me atraigan o emocionen las formas más incontroladas u orgánicas. Me inspira el ser humano y cómo éste se mueve dentro de un espacio. Creo en los objetos, en el arte, en los frutos de la naturaleza. Eso es para mí organicismo. Pero nunca verás una obra mía que busque parecerse a una flor.

Usted diseña muchas casas. Algunos arquitectos tiran la toalla porque les resulta muy duro hacer convivir los deseos del cliente y sus propios sueños. ¿Usted cómo lo logra?

He tenido mucha suerte. La gente que se ha acercado al estudio ha sido siempre complementaria conmigo, sensible y muy entregada. Y yo disfruto mucho. Cada casa es una oportunidad, algo exclusivo y único. Hay casas en la ciudad, junto al mar o en medio del campo. Y hay tantas personalidades como clientes: algunos saben muy bien lo que quieren, otros llegan a ti con una gran inseguridad. Eso es un desafío apasionante. Es lo más difícil del proyecto: saber entenderles. Yo quiero conocer profundamente a mis clientes, saber dónde han vivido antes, cómo se comportan dentro de una casa, quiénes son... Hablo muchísimo con ellos, paso mucho tiempo a su lado. Esa comunicación es emocionante: ellos me dan todo como clientes y yo les ofrezco todo lo que sé como arquitecto. No hay una casa igual a otra. Es un traje a medida. Eso, yo creo que eso, se puede apreciar cuando visitas mis obras.

¿La buena arquitectura solo es posible con un gran cliente?

No me siento un artista solitario que dicta unas reglas para que las cosas sean de un modo y no de otro. A mi me parece que mi trabajo es el fruto de compartir. Ideas, esfuerzos, tiempo. Y poder ser inspirado por los demás es una maravilla. Creo que es lo que más me gusta de mi profesión y por lo que no me cansaré nunca de hacer lo que hago. Sino tienes una buena conexión con tu cliente, mejor no hagas el proyecto.

¿Qué otras cosas no debería hacer nunca un buen arquitecto?

No sé si estoy en condiciones de responder, pero creo en la humildad y en la integridad. Cualquier actitud que se aleje de ellas puede resultar peligrosa porque entonces las emociones verdaderas desaparecen y eso la gente lo percibe.

Resulta sorprendente cómo su obra, lejos de resultar distante por su rigor geométrico, es cálida y tremendamente sensual. ¿Qué papel tienen los materiales en ese logro?

Mi trabajo es muy táctil, a la gente le gusta tocar y sentir los espacios que diseño. Prefiero utilizar materiales nobles, tradicionales: madera, piedra natural, cristal. Huyo de lo sintético y de lo artificial. Me gusta mucho la pátina que ganan esos materiales antiguos con el tiempo, aunque, por supuesto, no doy la espalda a la tecnología.

¿Se preocupa de que sus edificios sean sostenibles?

En mi estudio nos hemos preocupado de cambiar de actitud y de ser más respetuosos con el medio ambiente; por ejemplo, ahora estamos trabajando en un proyecto de vivienda pasiva con un potente trabajo de aislamiento. Pero también te confieso que no es mi plato fuerte. Lo que quiero decir es que hay mucho trabajo por hacer en términos de integridad: sostenibilidad, estética y coherencia arquitectónica deben acabar siendo una sola cosa.

Decía antes que, para usted, la arquitectura es una suma de interior y exterior. ¿Por eso diseña tanto mobiliario?

Todos mis diseños tienen un lenguaje familiar, pero no quiero que sean literalmente una extensión de mis proyectos arquitectónicos. Cuando diseñas una silla o un sofá, el enfoque al trabajar es distinto porque hay un contacto más directo con el cuerpo, así que el confort es lo más importante. No soy un arquitecto minimalista empeñado en diseñar asientos para romperse la espalda. Busco la pureza y la esencia, como en los edificios, pero sin perder nunca la razón de ser del mueble: dar comodidad.

¿Qué es más difícil: diseñar algo simple o sofisticado?

Sin duda, lo primero. Es tan complejo reducir y reducir hasta llegar al alma... Es alcanzar la pureza en su forma arquetípica, la belleza verdadera. A veces se nos olvida lo bellos que son los objetos más simples y su tremenda capacidad de emocionar. Es algo muy difícil de crear, pero cuando se logra el resultado es espectacular.