En 2016, con apenas 41 años-una edad temprana en el campo de la arquitectura–, la revista Time le nombró uno de los 100 personajes más influyentes del mundo. Solo un año después protagonizaba uno de los capítulos de la serie Abstract: The Art of Design, de Netflix. Bjarke Ingels( Copenhague,1974) ha construido una trayectoria meteórica hasta alcanzar la condición de arquitecto global y mediático llevando a la práctica un pensamiento alejado de lo convencional.
Al frente de su estudio BIG Architects, fundado en 2005, ha hecho del oxímoron (la reconciliación de términos aparentemente contradictorios) un motor creativo, acuñando conceptos como sostenibilidad hedonista o utopía pragmática, y materializando esas ideas en centrales térmicas que albergan pistas de esquí en la cubierta, aparcamientos que acogen galerías de arte y puentes que funcionan también como museos.
El siempre afirma que cimentó su carrera en su período formativo en Barcelona, donde recaló a mediados de los años noventa para continuar sus estudios de arquitectura. Ese vínculo con la capital catalana devino también personal: su primer hijo Darwin nació allí en 2018 fruto de su anterior relación con la también arquitecta española Ruth Otero. Un año después abrió su primer despacho en la Ciudad Condal, en la calle Pintor Fortuny.
Tras mudarse luego a la Torre Colón, ahora estrena nueva oficina en la Ronda Sant Pere, un espacio de 1.200 m2 distribuidos en dos plantas en el que trabajan 80 personas, en su mayoría jóvenes catalanes y del resto del estado, seguidos de otros profesionales de Europa y Sudamérica.
El objetivo es convertir la sede barcelonesa en un hub creativo para el sur de Europa, África y Oriente Próximo, con proyectos como la sede central de Farfetch en Matosinhos (Portugal), el Gastronomy Open Ecosystem de San Sebastián o el Centro de Investigación Conjunta de la Comisión Europea en Sevilla. Aprovechando la presencia de Bjarke en la fiesta de inauguración, el pasado 11 de octubre, pudimos charlar con él para ahondar en sus raíces barcelonesas y su visión de la arquitectura.
Apasionado de las historias ilustradas de Moebius, Milo Manara, Liberatore y Frank Miller, entre otros, Bjarke desarrolló a temprana edad una especial habilidad para el dibujo, y quiso dedicarse al mundo del cómic antes que ser arquitecto. Pero como en Copenhague no había ningún sitio donde formarse en ello, cuando acabó el instituto decidió matricularse en la escuela de arquitectura de la Royal Art Academy, pensando que allí podría perfeccionar sus dotes de dibujante.
En 1993, al mes de comenzar la carrera, hizo un viaje de estudios a Barcelona. “Por aquel entonces la ciudad, a rebufo de los Juegos Olímpicos de 1992, era una de las más modernas de Europa, con una gran vocación internacional –comenta–. ¡Imagínate que Quaderns, la revista del colegio de arquitectos, a la postre una publicación local de una ciudad que ni siquiera era la capital del país, se publicaba en cuatro idiomas!”. Descubrió la obra de Gaudí, Coderch, Bofill y Miralles –a quien luego tendría de profesor–. Para él fue como una revelación.
“No tenía ni idea de que la arquitectura pudiera ser tan libre y expresiva”. (De hecho, abriría posteriormente despacho en la ciudad no solo por los vínculos afectivos, sino porque, según él mismo afirma, “creo que los arquitectos españoles están entre los mejores formados del mundo. Combinan creatividad artística y habilidades técnicas”). Allí se enamoró de la disciplina y de la ciudad, a la que decidió regresar en el curso 1996/97. De esa época recuerda especialmente cuando él y otros compañeros de estudios se presentaron a un concurso para diseñar un nuevo vecindario en Orestad, Copenhague.
“Sometimos el proyecto justo antes de Navidad. Milagrosamente, nos seleccionaron para pasar a la segunda fase. El premio era el equivalente a 70.000 euros, una pequeña fortuna en aquella época. Alquilamos un espacio en el antiguo despacho de Miralles que compartían otros alumnos suyos, como Josep Bohigas. Nos llamaban ‘los Mirallitos’. Aparcamos los estudios y nos volcamos en el trabajo. La tensión en el grupo por cumplir los plazos y estar a la altura del reto fue enorme. Por suerte no ganamos la segunda fase, lo que en lugar de un castigo supuso casi un alivio, así que pudimos volver a nuestras vidas, pero fue una experiencia increíble”.
Para Bjarke, el esfuerzo por aprender y formular las frases más simples en un idioma tan diferente al suyo acabó siendo una ventaja más que un inconveniente. “Me enseñó que tenía que entender las cosas al nivel más fundamental, que todo tenía que destilarse en su primer principio o esencia”. Cuando regresó a Dinamarca un año después, lo hizo ya como el profesional que alcanzaría su actual reputación.
Bjarke matiza la afirmación de que su carrera haya sido meteórica. “La arquitectura es un vehículo que se mueve muy despacio. Ahora estamos haciendo el aeropuerto de Zúrich, en el que llevamos trabajando cuatro años. Cuando se concluya en 2035 tendré 61 años. La filarmónica de Praga es otro proyecto soñado, que no se terminará hasta 2032, diez años después de ganar el concurso, cuando yo tenga 58. Han pasado casi 25 años desde que fundé mi primer despacho –se refiere a Plot, que creó en 2001 con el holandés Julien De Smedt, y que funcionó hasta 2005–.
Hemos sufrido el crash bursátil de 2001, la crisis de las hipotecas subprime en 2008, la pandemia de la COVID en 2020... Tantos proyectos han muerto debido a todas estas causas globales. Pero creo que lo que hemos hecho bien a pesar de todo es que hemos encontrado nuevas formas de ser curiosos y de continuar aprendiendo. En algún lugar de la sopa primordial de ingredientes que dan vida a un proyecto arquitectónico se esconde la posibilidad de destapar algo original. Ese descubrimiento es lo que me sigue emocionando”.
La obra de BIG Architects abarca múltiples tipologías, y en todas aplica soluciones formales y funcionales muy diferentes. ¿No tiene voluntad de ser reconocible por un estilo propio? “La consistencia en la arquitectura no tiene por qué ser morfológica. Eso no me interesa. Stanley Kubrick, uno de los mejores directores de la historia del cine, rodó ciencia ficción, comedia política, thriller policial, terror, cine bélico... Ninguna de esas películas se parecen entre sí, pero todas tienen un nervio y una coherencia increíbles que hacen que la forma del filme encaje perfectamente con la historia. Lo consistente en todos nuestros proyectos es que, si se ven diferentes, es porque funcionan de manera distinta, que la arquitectura está viva. No es el mismo edificio viejo y aburrido con una bonita fachada”.
Esa coherencia también se refleja en su discurso sobre la sostenibilidad. “Hemos desarrollado nuestra propia herramienta de análisis del ciclo de vida para calcular de forma sencilla la huella de carbono en nuestro proceso creativo. Así podemos hacer ajustes en el diseño para mejorar el rendimiento de un edificio. Hace dos años inauguramos en Noruega la fábrica más ecológica del mundo, The Plus. Eso nos dio la base para el proyecto del aeropuerto de Zúrich, que será el mayor edificio de madera del mundo.
También estamos buscando formas de integrar la energía fotovoltaica en la arquitectura. Lo hemos hecho en una serie de edificios para Google, en unos estudios cinematográficos para Robert De Niro, que tienen una de las mayores instalaciones fotovoltaicas de Nueva York, o en la cubierta urbana CityWave de Milán, que con 140 metros será la mayor instalación de este tipo en Europa. Y seguimos ampliando la idea de la sostenibilidad hedonista, la convicción de que una ciudad sostenible no solo es mejor para el medioambiente, sino también más agradable para sus habitantes. Eso continúa estando en el núcleo de lo que tratamos de hacer”.
Cuando se le pregunta por la fama y la dimensión mediática de su figura, sonríe y le quita importancia. “Cuando diseñas una casa, un edificio, un vecindario o una ciudad, básicamente estás dando forma al mundo en el que te gustaría vivir en el futuro. Creo que muchas personas no piensan en la arquitectura en estos términos, sino como un ejercicio de estilo. De algún modo he conseguido ser una voz que la gente escucha y de contribuir a cambiar la forma en que esta percibe la arquitectura, lo que es y lo que puede hacer”.