No conozco a ningún buen arquitecto que llegada la hora se haya jubilado. Tampoco a muchos que se vayan de vacaciones y no dejen la puerta entornada. Manuel Aires Mateus (Lisboa, 1963) cumple con estos requisitos del proyectista vocacional, enamorado de su disciplina. En su rutina diaria, vida y trabajo están indisoluble y naturalmente unidos.
"Trabajo siete días por semana. Soy el primero que llega y el último que se va, de 8 a 20 horas sin interrupción. Es un problema que tengo, me gusta trabajar. En mi familia por tu cumpleaños puedes hacer lo que quieras. Yo elijo venir al despacho, pero a pie, y también ando hasta el restaurante que he elegido para comer. Los fines de semana voy por la tarde a leer, a ver cosas que me interesan, a hablar con personas con tranquilidad... Que es lo que la gente llama no trabajar. En mi caso es mi vida, lo normal".
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Así lleva desde 1988, cuando tras acabar sus estudios de Arquitectura en Lisboa montó estudio junto a su hermano Francisco, con el que compartió facultad y con el que, aunque trabajan por separado, colabora en algún proyecto. Entonces, como ahora, llamaron la atención por sus edificios de volúmenes inesperados en los que el vacío y la luz resultan determinantes: paramentos blancos, grandes aberturas, huecos estratégicos, pureza, poesía…
Contrariamente a lo que cabría esperar, Aires Mateus ha elegido como telón de fondo de su vida dos lugares cargados de historia, más que centenarios. Su casa familiar ocupa el bajo de una casona del siglo XVIII en Alfama heredada por su mujer (también arquitecta), con suelos y arcos de piedra y con el patio ajardinado mirando al Tajo.
Su despacho "era parte de un convento que con la expulsión de las órdenes religiosas se convirtió en una escuela para hijos de nobles bajo el mando de un duque que estaba a cargo de las artes en la corte. Fue un lugar de experimentación. En esta habitación ensayaron los artistas franceses e italianos que habían venido a pintar el palacio del marqués de Fronteira. El primer piso debe datar del siglo XV, con añadidos posteriores", explica. "La buena arquitectura es fácil de intervenir, y la mala, complicada. En un buen edificio histórico es sencillo, las reglas están ahí".
Género fluido
Ambos espacios fueron reformados por él aplicando otra constante en su práctica: la fluidez. "Me interesan esos espacios donde entras y piensas que te gustaría trabajar, vivir, organizar fiestas… La arquitectura no responde al programa, debe servirse de él, que es una cosa muy distinta. Tiene que dar libertad y permitir a sus usuarios terminarla de un modo físico o mental, que no esté todo determinado".
La reconfiguración que hizo de su casa allá por 2006 ha reducido los pasillos al mínimo y permite una libre circulación enfatizada por una contención máxima en el amueblamiento: pocas piezas, austeras y atemporales.
También en sus dos hábitats ha aplicado otra de sus filias-fobias: evitar la iluminación fija. "Odio las lámparas integradas, los focos; nunca ponemos en nuestras casas, solo luces que puedas mover. El problema son los comedores...". Problema es una palabra que aparece continuamente en la conversación que mantenemos sentados en el sofá del salón, con el blanco poluto de cera de vela (cosas de evitar la luz eléctrica y de dar muchas fiestas).
"La materia de trabajo de los arquitectos son los problemas; cuantos más tenemos, mejor, más cosas en qué pensar", dice con humor. "Cuando diseño empiezo como los griegos, siempre por el problema: la condición del lugar, la condición legal, la económica, las ecológicas... y comienzas a pensar en la resolución sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Para pensar escribo y dibujo a mano; tengo siempre en el bolsillo unos cuadernos pequeños Moleskine, de los que acumulo cajas llenas. Hay que procurar que en el resultado parezca que todo se ha resuelto por sí solo, de una manera que aparente ser sencilla, evidente. Pero de esta evidencia no se parte, se llega. De ahí que todos mis proyectos sean diferentes. Solo quiero hacer cosas que no sé hacer. Solo me interesan aquellos en los que descubra algo; la idea de repetirme es mortal para mí. Siempre con la conciencia de que nunca harás algo perfecto, lo cual, una vez asumido, es liberador".
Las maquetas diseminadas por las mesas y los suelos de su oficina confirman esa versatilidad que Manuel recalca que es una pura consecuencia. Desde la casa en el litoral del Alentejo (2002), la de Brejos de Azeitão (2003), la de Leiria (2010), que parece la casita con tejado a dos aguas que pintaría un niño, pero con una enorme puerta-patio y sin ventanas; un gran patio interior que recorre sus tres niveles provee de luz. Su Casa en Fontinha (2013) ya presenta esa esquina abovedada que da lugar a un porche que luego encontramos impactante, a mayor escala y en cemento, en su proyecto de Monsaraz (2018).
"Hace unos meses me llamó un suizo para que le hiciera su casa. Me pidió que le enseñara ejemplos y le preparé, aquí en el estudio, unos veinte, con maquetas y planos. Me dijo: 'Pero son todas distintas'. Le contesté que la suya también lo sería porque la haríamos juntos y llegaríamos a un resultado diferente".
Fijarse en la gente
Es llamativa en la trayectoria de Aires Mateus la cantidad de residenciales particulares que realiza cuando los despachos de esta envergadura prefieren encargos más institucionales o corporativos. "Tengo la posición contraria a la mayor parte de los arquitectos. Soy muy curioso con las personas, porque no hay dos iguales, con sus miedos, manías... Me gusta que el cliente transforme mi idea en algo más único, me gusta trabajar con ellos para llegar a un resultado que sea irrepetible. Una casa se hace en el proceso, y el proceso es más rico por esta participación de las personas. Por eso me interesa hacer casas. Cuando proyectas la sede de una empresa hablas con tu cliente un par de veces al mes; si se trata de su casa, lo haces dos veces cada semana. Trato con ellos de una manera abierta, como si fueran colegas arquitectos".
A pesar de esa variedad, se aprecia en todas estas obras un sustrato común. Manuel reniega de la etiqueta de sello ("es la muerte de un arquitecto"), pero si lo hubiera estaría basado en la investigación, en la poética, en la no repetición y en considerar la disciplina como un arte. "Porque es una manifestación humana única y una expresión singular, no del colectivo, eso es construcción. Usar los elementos de la construcción de una manera poética, eso es la arquitectura. Y no solo se traduce en imágenes. Ese es el resultado, que sea bonito, estético. Pero me interesan más la sorpresa, hacer algo único, y las sensaciones; pienso en cómo se va a vivir y percibir. La parte artística para mí es proporcionar más que imágenes, atmósferas".
Pero sí admite lógicos paralelismos con compatriotas. "Los encuentro más fácilmente con Siza, porque es una arquitectura hecha en este país, que tiene esta base de trabajar con mínimos por las condiciones económicas y toda la historia; es una arquitectura Chá, de suelo. Y trabajar con tan poco nos ha dado esa dimensión que Siza ha comprendido bien y ha creado esa poética usando más relaciones entre cosas que cosas en sí. También tenemos en común la noción de búsqueda en cada proyecto; partimos de ella en lugar de una certeza".
Aprender enseñando
En el estudio de Bairro do Príncipe Real trabajan unas 50 personas de diversas nacionalidades, la mayoría muy jóvenes. Manuel siempre ha estado rodeado de estudiantes o recién graduados. El mismo año en que acabó sus estudios comenzó a dar clases, en Lisboa, Cornell, Harvard, Eslovaquia y Nueva Zelanda. Con la cantidad de obras que tiene entre manos no se plantea dejar de ser tutor de Proyectos.
"En realidad es un acto egoísta. Enseñas para aprender. Me obliga a estar alerta, vivo. La calidad de un proyecto es la claridad de la respuesta, así que con los estudiantes hay que ser muy claro. Tuve un profesor buenísimo de esta materia que nos decía que a él lo que le interesaba era la vida. Esto tardé mucho en comprenderlo. Entonces me importaba más el dibujo, el resultado visual... Los años te enseñan que, efectivamente, lo más importante es la vida, y que cuando terminas de construir algo no es el final de la historia, sino casi el principio", sentencia el arquitecto.