Si alguien del pasado apareciera de repente en el presente, probablemente lo que más le impresionaría no serían los smartphones, que también, sino las ciudades que se alzan hacia el cielo, como un desafío permanente a la gravedad. Pero, ¿puede esta carrera por conquistar las alturas reconciliarse con las urgencias de la sostenibilidad? Es una pregunta que ni siquiera los arquitectos más visionarios pueden responder con total certeza. Porque, como en todo, hay muchos matices.
No todos los rascacielos son creados iguales: los edificios altos pueden ser ejemplos de eficiencia a nivel internacional o monumentos al exceso. El debate no es si deben existir, sino cómo deben diseñarse y adaptarse a un mundo que exige respeto por los recursos limitados de nuestro planeta.
Las ventajas de construir hacia el cielo
Construir en vertical puede parecer, a primera vista, una respuesta lógica a la densidad poblacional en las ciudades. Un solo edificio alto puede albergar a miles de personas, oficinas y servicios, reduciendo la necesidad de ocupar extensas áreas de terreno. Este modelo compacto minimiza la expansión urbana (el famoso "urban sprawl"), que es una de las mayores causas de pérdida de biodiversidad y emisiones por transporte.
Además, la verticalidad puede favorecer un uso más eficiente de la energía. Los edificios altos modernos suelen estar diseñados para integrar tecnologías como sistemas de climatización inteligente, paneles solares en las fachadas y recolección de agua de lluvia. En ciudades donde el terreno es un bien escaso y caro, los rascacielos ofrecen una solución de alta densidad que reduce la huella urbana.
Un ejemplo que vale la pena mencionar es el Bosco Verticale en Milán, un rascacielos recubierto de árboles y plantas que mejora la calidad del aire en su entorno y que actúa como un pequeño ecosistema en plena ciudad. Este tipo de innovaciones son la punta de lanza de un futuro más verde para las ciudades verticales.
¿Y el lado oscuro?
Aunque los beneficios son evidentes, no podemos pasar por alto los retos que presentan estos gigantes urbanos. Para empezar, la construcción de edificios altos es extremadamente intensiva en recursos. La huella de carbono generada durante su construcción, desde el hormigón hasta el acero, es considerablemente mayor que la de un edificio de menor altura. Si a esto le sumamos el coste energético de su mantenimiento —ascensores, sistemas de refrigeración y calefacción que funcionan a pleno rendimiento—, las cifras se disparan.
Además, no todos los rascacielos están diseñados con la sostenibilidad en mente. Muchos son proyectos ostentosos cuyo principal objetivo es impresionar más que integrar. ¿Cuántos edificios conoces que derrochan energía iluminando sus fachadas durante toda la noche, mientras la mayoría de sus oficinas están vacías? Aquí es donde el diseño juega un papel clave: no se trata de construir más alto, sino de hacerlo con inteligencia.
Otro tema preocupante es el impacto social. Los rascacielos, aunque iconos urbanos, a menudo contribuyen a la desigualdad urbana. Mientras que las plantas superiores se convierten en espacios de lujo inaccesibles para la mayoría, las plantas inferiores suelen quedar relegadas a servicios o usos secundarios. ¿Estamos construyendo para las personas o para las personas con dinero?
Sostenibilidad: ¿mito o realidad?
Entonces, ¿pueden ser los edificios altos sostenibles? La respuesta corta es sí, pero con matices. Todo depende del enfoque del diseño, la calidad de los materiales y el uso de tecnologías eficientes. Los edificios altos del futuro no pueden ser solo estructuras funcionales o símbolos de poder corporativo; deben ser espacios que prioricen el bienestar humano y ambiental.
Un gran avance en este sentido es el uso de materiales alternativos, como la madera laminada cruzada (CLT, por sus siglas en inglés), que es más ligera, resistente y sostenible que el acero o el hormigón. Ya hay ejemplos prometedores, como el rascacielos de madera Mjøstårnet en Noruega, que desafía el estereotipo de que solo el metal puede soportar las alturas.
Otro aspecto clave es cómo estos edificios se integran en su entorno. Las ciudades del futuro no pueden ser junglas de asfalto con rascacielos aislados, sino ecosistemas conectados. Esto incluye espacios verdes alrededor y dentro de los edificios, sistemas de transporte público eficiente y una planificación urbana que fomente la interacción social en lugar del aislamiento.
La sostenibilidad de los edificios altos no depende únicamente de los arquitectos y desarrolladores, sino también de las políticas públicas. Si queremos que estas estructuras sean algo más que hitos en el skyline, necesitamos exigir diseños más éticos, eficientes y responsables.