Desde hace décadas, los arquitectos han buscado derribar las barreras entre el interior y el exterior. De Palladio a los pabellones modernos de Mies van der Rohe, la idea de la continuidad espacial ha sido algo recurrente. En pleno Eixample barcelonés, Héctor Navarro & Studio SVA recuperan este concepto atemporal y lo materializan en un sobreático de apenas 56 metros cuadrados que, como por arte de magia, ahora respira, fluye y se expande hacia una terraza de 35 metros.

El proyecto, bautizado como Can Girona, es la demostración de que las viviendas pequeñas pueden aspirar a lo extraordinario cuando se reinterpreta correctamente su potencial. “Convertimos un ático oscuro y compartimentado en un espacio diáfano y lleno de luz”, explican desde el estudio. Y la luz no es la única protagonista. La intervención ha transformado esta vivienda en un pabellón moderno donde cada rincón dialoga con la ciudad y con las huellas de su propia historia.

De lo oculto a lo evidente: la belleza del paso del tiempo

Acceder a la vivienda es toparse con la autenticidad del tiempo: una pared de ladrillo pintada de blanco nos recibe, poniendo en valor las capas temporales del edificio. El techo inclinado, que antes pasaba desapercibido, ahora es un elemento imponente con sus 4,50 metros de altura, delimitado por vigas de hormigón visto que aportan carácter y fuerza al conjunto. La filosofía del estudio queda clara desde el inicio: “En lugar de ocultar las huellas del pasado, la intervención pone en valor las capas temporales del edificio”. Es una declaración de intenciones que también alcanza la bóveda catalana, tratada como una joya arquitectónica en la cabina de ducha.