Hormigón y arquitectura son casi dos palabras indisolubles que llevan yendo de la mano muchos años. Se dice que lo inventó un albañil allá por 1824, en la península de Portland en el sur de Inglaterra. Se le ocurrió quemar arcilla y sello para cementar, y hasta hoy. En realidad se trata de una material hecho a base de cemento, arena y piedras.
Básico quizá, pero tremendamente maleable, duradero, de bajo coste y rápido secado. Un delirio de material para los arquitectos. Su uso ha generado estilos tan icónicos como el brutalismo, y aunque son muchos los materiales que se van su mando a la lista de favoritos, todavía nadie ha conseguido apera al hormigón del pódium. Y estos ejemplos lo demuestran.