La finca de Can Pinya, de Galmés + Mansergas Arquitectes, cercana a una de las calas más hermosas del Sureste de Mallorca, es un idílico paraje natural típicamente mediterráneo donde reina la más absoluta tranquilidad. Cuenta con distintas edificaciones de carácter vernáculo, casi todas ellas ligadas a actividades agrarias o ganaderas. La rehabilitación del conjunto, protegido por su alto valor patrimonial, debía llevarse a cabo con el máximo respeto, evitando la alteración de las fachadas originales y usando materiales y técnicas propias de la construcción tradicional de la zona.
Cautivados por su belleza, Ralf y Julian Lenhardt, padre e hijo residentes habituales en la isla, junto con los arquitectos Clara Mansergas y Xisco Galmés, del estudio local Galmés i Mansergas arquitectes, se rodearon de los mejores artesanos e industriales de la zona para realizar una intervención integral holística y sensible con las construcciones y su entorno.
La casa principal, rodeada de acebuches y con el horizonte marino al fondo, conserva su espíritu original, así como muchos de sus elementos, como el pozo o el antiguo horno de piedra. "La remodelación de sus espacios se ha realizado sin aparentes transformaciones significativas, si bien fue necesario abrir un eje longitudinal que comunicase volúmenes anteriormente independientes", comentan desde el estudio. Materiales orgánicos, sencillos y nobles como la piedra mallorquina, la madera y el estuco de cal, una paleta de colores suaves y neutros y una selección de mobiliario y objetos de distintas procedencias y épocas permiten ligar lo antiguo con lo nuevo y actualizar la tradicional austeridad de la arquitectura mallorquina mediante un diseño sofisticado y atemporal.
La antigua porqueriza, cercana a la casa, se ha reconvertido en un estudio con jardín independiente. A un corto paseo, junto al viejo establo, se ha dispuesto el área de relax y autocuidado. La piscina tiene como telón de fondo el campo de higueras orientado al mar, y se han distribuido distintas pérgolas construidas con una ligera estructura de hierro y cubrimiento vegetal para crear zonas sombreadas. Completan el recinto un pequeño gimnasio y un campo de petanca.
La joya escondida de la finca es el extraordinario aljibe de piedra soterrado cubierto por una imponente bóveda de más de cinco metros de altura. De la integración del entorno cercano a las construcciones con el paisaje natural se encargó la paisajista Eugenia Corcoy, quien con especies autóctonas también ha reinterpretado algunos espacios exteriores tradicionales como el patio que da entrada a la casa o el pequeño huerto ecológico para autoconsumo.