El Mayo del 68 francés tuvo muchos "hijos", algunos insospechados. El edificio Walden 7 es uno de ellos. En él intentó plasmar Ricardo Bofill y su equipo del Taller de Arquitectura las ideas de libertad y de nuevos modos de relaciones sociales que se abrieron paso a finales de los años sesenta y cristalizaron en la gran revuelta fallida (o no) que tomó las calles parisinas durante unas semanas de aquella primavera.
El edificio se bautizó así en honor a las obras Walden, o mi vida entre bosques y lagunas (1854), de Henry David Thoreau, Walden 2 (1948), de B.F. Skinnker, y los posteriores ensayos de vida en comunidad que tuvieron lugar en Estados Unidos –de ahí la numeración 7–. Levantado junto a una antigua fábrica de cemento –donde Bofill estableció el estudio y su vivienda– en Sant Just Desvern, población del área metropolitana de Barcelona, Walden 7 se caracterizó, tal como reza la memoria del proyecto, "como una nueva concepción psicosociológica de nuestro medio urbano, en contraposición con la concepción únicamente técnica y especulativa que preside la mayoría de las agrupaciones urbanas actuales". La idea era proponer una comunidad que fuera más allá de la superposición de habitáculos aislados entre sí, un lugar en el que el espacio público y privado tuvieran relevancia y dialogaran entre sí.
Concluido en 1975 –dos años después que otro proyecto de Bofill con el que guarda ciertas similitudes estéticas, el complejo La Muralla Roja en Calpe, Alicante– el edificio incluye 446 apartamentos distribuidos en catorce plantas y agrupados en torno a cinco patios, además dos piscinas en la azotea. Las viviendas, una combinación de módulos de 30 metros cuadrados, son de diferentes tamaños, desde un estudio de un solo módulo hasta la vivienda de cuatro módulos, ya sea en una sola planta o en dúplex. Salvo con alguna excepción, cada apartamento tiene vistas tanto al exterior como a los patios. Un complejo sistema de puentes y balcones en diferentes niveles facilita el acceso a las plantas, ofreciendo una fantástica variedad de paisajes.
Como reconoce Anna Bofill, hija del arquitecto e inquilina de uno de los apartamentos, Walden 7 no es tal y como hubiera debido ser: el proyecto era bastante más extenso y lo que se construyó fue solo la primera fase. Por eso aparece hoy como un edificio aislado y mastodóntico en lugar de como una agrupación de viviendas y equipamientos, es decir como un pueblo, que es lo que verdaderamente quería ser.
Además, su construcción no se libró de los problemas de ejecución y de mala calidad en los acabados, que derivó en la aparición casi inmediata de grietas, humedades e, incluso, la caída de las baldosas cerámicas que recubren sus fachadas, lo que obligó a instalar redes de protección. Un detalle que recoge con humor la película El amante bilingüe, la adaptación de la novela homónima de Juan Marsé que dirigió en 1993 Vicente Aranda. En la cinta, cada vez que el protagonista encarnado por Imanol Arias entra al edificio para ir a su apartamento, tiene que sortear una baldosa que se cae. Por eso el edificio ha tenido que pasar por varias rehabilitaciones en sus 45 años de vida.
Obra maestra o experimento fallido, Walden 7 permanece como testimonio de la voluntad de crear una utopía habitacional alejada de los cánones desarrollistas y deshumanizados de la época. Atraiga o provoque rechazo, no deja indiferente.