Quiero un edificio que capture el espíritu del vuelo, no un lugar estático, sino de movimiento y transición”. Así se expresó el entonces presidente de la TWA, Ralph Dawson, al encargar a Eero Saarinen la nueva terminal de vuelos de la compañía en el aeropuerto JFK de Nueva York.
Era a finales de los años cincuenta, cuando la aviación comercial comenzaba a despegar tras la segunda guerra mundial. En 1959, por primera vez el número de personas que cruzaron el océano por el aire superó al de aquellas que lo hicieron por mar.
Construido entre 1956 y 1962, el que fuera uno de los últimos trabajos del arquitecto estadounidense de origen finlandés –murió un año antes de la inauguración– marcó un antes y un después en el diseño de estas instalaciones con sus espacios amplios y diáfanos, sus recorridos fluidos y sus grandes luces acristaladas para que el pasajero se olvidara un poco de las prisas observando el ballet acompasado de las aeronaves.
En su diseño interior el proyecto de Saarinen incorporaba algunas ideas que años después se convirtieron en un estándar en los aeropuertos, como los mostradores de facturación, las cintas transportadoras de equipaje o los fingers para llegar a los aviones.
Cerrado en 2001 tras la integración de TWA en American Airlines, el edificio tuvo un uso esporádico como plató cinematográfico –allí rodó Steven Spielberg Atrápame si puedes (2002)–, hasta que en febrero de 2020 reabrió como hotel de la cadena MCR and Morse, con 512 habitaciones con vistas a las pistas de despegue y aterrizaje, seis restaurantes y un bar en un avión.
Pero su silueta audaz todavía nos recuerda la excitante promesa que para el nuevo viajero transoceánico de mediados del siglo XX debió representar el descubrimiento de lugares alejados y exóticos. Otra obra maestra que no hay que perderse.