Está ubicada en Sotogrande, la urbanización más exclusiva de Europa, y sus 2.500 metros cuadrados se despliegan en una parcela de 9.000 m2. Todo en Villa White se escribe con mayúsculas, pero la grandeza que destila este sitio va más allá de las etiquetas y de los números. Sus autores, ARK Architects, juegan con ventaja, puesto que viven en esta zona y la conocen bien. Más allá de tratarse del refugio de la élite en la costa gaditana, describen Sotogrande como un lugar en el mundo con un entorno natural privilegiado. “Se sitúa en el valle del Guadiaro, entre el Mediterráneo y el Parque Natural de Los Alcornocales, y eso genera un clima muy suave todo el año, tamizado por los vientos del estrecho de Gibraltar”, describe Manuel Ruiz Moriche, cofundador y director creativo del estudio. Además, la casa, de dos plantas más sótano, está situada en la parte alta de la urbanización, en una parcela que desciende suavemente hacia el campo de golf, con el mar como telón de fondo.
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Como la voluntad era impactar lo mínimo posible en el entorno, se dio prioridad a la preservación de los pinos existentes, intentando rescatar o mover y replantar el mayor número de ejemplares posible.
En el aspecto exterior destacan los pronunciados voladizos que, además de un recurso arquitectónico, son una necesidad. “Vivimos en una latitud en la que el sol trabaja de forma muy vertical. Y hemos usado este recurso para dosificar esa luz, para que los espacios sean mucho más habitables”.
Ya en términos de construcción, se apostó en gran medida por los materiales naturales. “La fachada está placada en un travertino nacional con una textura arenada para hacerlo más amable. Y los suelos, incluido el de la piscina, son de una piedra de aquí conocida como mármol nácar envejecido”, dice Ruiz Moriche. “Las pinturas son a la cal, y las puertas, de madera de fresno, que tiene una veta más cálida”, continúa el arquitecto. La acertada combinación de piedra, madera, metales y cristal hace que la vivienda se acabe mimetizando con el entorno.
La escalera que comunica la planta baja con el primer piso es un elemento especialmente emblemático. “Yo quería que fuese como una escultura helicoidal, muy bonita, que fuera casi un baile de luz, como una bailarina”, concreta Ruiz Moriche. “Si te fijas bien, es la única forma curva y orgánica de un proyecto lleno de líneas puras y rectas”.
La cocina –como en la mayoría de sus proyectos– es el corazón de la casa, en parte –dice– gracias al valor que damos aquí a la gastronomía. “No es solo un lugar para cocinar, sino para vivir. Tiene unas dimensiones cercanas a las de un living. La idea es que mientras unos estén cocinando, los otros estén viendo la televisión y los demás charlando en los taburetes”. Hay dos piscinas: una indoor climatizada y otra outdoor.
Por fuera, la casa tiene un look contemporáneo, pero con un gusto clásico. “A la hora de diseñar, yo tengo la tradición grecorromana muy metida dentro, y siempre acaba saliendo de una u otra forma”.