Raëd Abillama y su esposa, la austroamericana Laura Braverman, decidieron mudarse del centro de Beirut con una idea clara: "Queríamos algo lejos del bullicio, el estrés y la velocidad vertiginosa de la vida beirutí", explican. El lugar elegido está en la ladera de una colina de Dbayeh, a unos 15 km al este de la capital libanesa, llena de huertos de naranjos y clementinas hasta los años sesenta. Ya en la década de 1990, sus padres construyeron allí una villa modernista de cubierta plana en una parcela vecina, con esculturas de ovejas de François-Xavier y Claude Lalanne que vigilan ahora el césped junto a la piscina.
Los otros vecinos de los Abillama son dos de sus hermanos; uno de ellos vive en una residencia histórica del siglo XVIII. Abillama destaca que diseñar una casa familiar para él, su mujer y sus dos hijos adolescentes fue una oportunidad extraordinaria. "Me dio la posibilidad de probar nuevas ideas, darme un capricho arquitectónico y, como era un lienzo en blanco, todo era posible", dice. Se inspiró en dos de sus referentes: Tadao Ando, por el uso del hormigón visto, y Renzo Piano, "por su enfoque experimental". Tanto él como su esposa deseaban un jardín lo más grande posible. Laura quería vivir rodeada de árboles y recrear un remanso de paz dentro de la naturaleza", recuerda.
Para ello, proyectó la construcción, de 2.000 metros cuadrados, lo más cerca posible de uno de los límites del terreno e ideó dos cajas facetadas dispuestas en ángulo, la primera paralela a la valla norte y la segunda alineada con el mar. En medio, en un espacio triangular, insertó una llamativa escalera con peldaños volados que conecta las cuatro plantas. "Queríamos que fueran muy gráficas y no meros cubos superpuestos", explica. Otro reto, dada la omnipresencia del sol en la zona, era evitar cortinas y contraventanas y que la propia arquitectura diera sombra natural.
Para ello, Abillama mantuvo la huella de la planta baja lo más compacta posible y creó un voladizo desde los pisos superiores. Pero lo más llamativo es el abundante uso del travertino. "Es una piedra expresiva, cuya textura y patrones reflejan millones de años geológicos", dice. Trabaja habitualmente con el italiano, pero quería algo más frío para fuera con el hormigón y escogió el travertino Titanium de Irán. "Suele ser gris con vetas blancas, pero yo quería lo opuesto, piedra blanca con vetas grises. Ni sabía que existía". Tardó dos años en encontrarlo.
Frente a gestos arquitectónicos tan dramáticos, el mobiliario debía tener fuerte personalidad, como el mueble Tronchi de Andrea Salvetti, la mesa de Børge Mogensen o la lámpara de alabastro del comedor, "como una constelación de planetas", indica. A ellos se suman objetos de valor sentimental, como la consola del siglo XVIII que heredó de su tía o las acuarelas de Laura. Aun así, nada puede competir con las vistas del Mediterráneo. Colocó estratégicamente la piscina, entre la casa y el mar, para que la masa de agua se fundiera con el horizonte. "Cada día la perspectiva cambia, y cuando llueve o hay tormenta te sientes muy cerca de las fuerzas de la naturaleza. Es un espectáculo del que nunca me cansaré", concluye.