Los lugares unen y a veces las coincidencias propician encuentros definitivos para nuestra vida. Eso fue precisamente lo que sucedió en este caso: el estudio belga de arquitectura de interiores TJIP, formado por Jakob Vyncke y Thomas Meesschaert, tiene su base en Izegem, una pequeña ciudad a orillas del Mandel, y aunque tienen obras por todo el mundo, nunca habían pensado un proyecto para una casa en esta misma ciudad. Hasta ahora.
Jakob y Thomas se establecieron allí hace once años, cansados de no tener tiempo para pensar lo suficiente en sus diseños, ya que trabajaban en una agencia dedicada a la arquitectura efímera de espacios comerciales y grandes ferias. "Queríamos hacer interiores que perduraran en el tiempo y que tuvieran un efecto en la gente que vive allí", dice Thomas.
Sirviéndose de materiales naturales y que envejecieran bien, como la piedra o la madera, ahora crean espacios que son para vivir, con todo lo que ello conlleva. "Hay que tener presente, aunque a veces se nos olvide, que las casas también se viven como un proceso emocional, porque la vida de quienes habitan en ellas cambia a lo largo del tiempo: hay personas que llegan, otras que se van, amigos que recibir, épocas de no pisarla y etapas de mayor introspección. Sea como fuere, la decoración debe propiciar momentos y acompañarnos, nunca imponerse", continúa.
Por eso la intención lo es todo en la forma y en el fondo de esta residencia. Sus 350 metros, repartidos en dos plantas, son el paradigma del equilibrio entre estructura, materiales y gama cromática, entre el arquetipo clásico de una casa con tejado y una modernidad atemporal, libre de artificios y de ostentación.
La distribución fluida, casi circular, de la planta baja hace que tanto la cocina como el salón o el comedor transmitan una sensación de naturalidad y de pertenencia.
Al ser de construcción nueva, pudieron modificar y repensar el plano junto al arquitecto y evitar el temido horizonte de muchos metros disponibles, pero desapacibles. A pesar de tener una concepción abierta, la adición de puertas correderas ha evitado esta sensación: "No nos interesan los espacios inmensos y desnudos. Una cosa es el minimalismo y otra no poder disfrutar de un rincón íntimo y de recogimiento. Queríamos crear un atmósfera amable y acogedora", añade Jakob sobre el proyecto.
En la planta superior se rinde homenaje a la tradición arquitectónica flamenca de los siglos XV al XVIII: cubierta a dos aguas y vigas de madera en el vestíbulo, pero prescindiendo de ornamentos innecesarios. Una versión moderna de un edificio clásico, con estructura de metal en el tejado y grandes ventanales que lo convierten en un lugar tranquilo.
Una de las máximas de Thomas y Jakob es que al terminar el diseño no se perciba su presencia ni el trabajo que conlleva. En Izegem todo se siente natural, y parece que todos los elementos estaban destinados a estar allí.