Vivir en una casa de cristal es una experiencia que condiciona especialmente la vida cotidiana, te ofrece un techo y un refugio donde el paisaje es el centro de la vida cotidiana, una presencia constante que dirige tu ánimo. Esto es lo que deseaba el propietario de esta casa, Jonathan Kneebone, un escritor que anhelaba un lugar motivador para dar rienda suelta a su creatividad. Cuando hizo el encargo al arquitecto Thomas Bailey, al frente del estudio australiano Room 11, inmediatamente surgió una complicidad que ha dado como resultado esta respuesta abierta e intuitiva del arquitecto a las necesidades del cliente.
En su proceso de diseño influyó significativamente el conocimiento de Thomas Bailey sobre el microclima de esta región de Tasmania: durante los meses más fríos se forma una capa de nubes bajas por la noche, lo que mantiene el calor del día. Este fenómeno particular le dio confianza para poder conseguir el confort térmico. Sobre su diseño nos dice Bailey: "Visto desde lejos, el pabellón se lee como dos líneas paralelas contra el paisaje suavemente ondulado. Es un objeto arquitectónico definido que no tiene pretensiones de naturalidad, pero cada uno de sus gestos de diseño es inminentemente descifrable y lógico, y arraigado por la experiencia que busca crear. No toma la forma de un pabellón de cristal simplemente para jugar a crear una de las tipologías más atrevidas de la arquitectura, ni adopta el minimalismo como una sensibilidad puramente estética". También su propietario describe, ya con perspectiva, cómo es vivir en esta casa: "The Glass House es una experiencia sensorial extraordinaria que lo abarca todo. Una conexión con la naturaleza. Para una persona creativa como yo, este espacio brinda una maravillosa sensación de calma desde la cual soñar, inventar, pensar y, simplemente, ser uno mismo".