El diseño de interiores y la arquitectura han de hablar de sus habitantes, contar pequeñas historias que, reunidas, refieran orígenes, trayectorias, viajes y gustos específicos de las personas que allí van a formar un hogar. Cuando se trata de una pareja, como en este caso, de experiencias de vida y necesidades diferentes, los interiores necesariamente han de contar dos "historias", y ha sido tarea de la diseñadora belga Nathalie Deboel ponerlas en equilibrio, no dejar que una alce la voz más que la otra, sino que hablen las dos.
El interés de él por la naturaleza se expresa a través de los materiales toscos y honestos de los elementos arquitectónicos, mientras que el refinamiento de ella se ha traducido en los materiales sofisticados y los sutiles tonos de blanco del interior. La casa se encuentra en un lugar bastante complejo, con la entrada en un nivel bajo y los espacios para vivir más arriba, lo que sugirió a Nathalie Deboel crear un hogar partiendo del concepto de un viaje. La amplia escalera de hormigón, que se hizo a medida en el lugar, es el punto de partida de un "paseo", una escultura que nos lleva desde la puerta principal hasta una serie de destinos, cada uno con sus propios acentos, que reflejan los intereses de los moradores.
El mobiliario fue cuidadosamente seleccionado teniendo en cuenta la personalidad, el gusto y los deseos de ambos clientes, y en él conviven piezas vintage de diseñadores con estilos y procedencias dispares: desde el sillón brasileño de autor desconocido adquirido en un mercadillo de París, pasando por las butacas Little Petra diseñadas en 1938 por el arquitecto danés Viggo Boes, al taburete creado por la diseñadora de Destroyers/Builders Linda Freya Tangelder o la mesa auxiliar de cerámica del estudio holandés Floris Wubben. Este hogar une mágicamente los opuestos logrando que transmita serenidad y equilibrio.