Visto desde la ría, el Museo Guggenheim de Bilbao aparenta la forma de un barco como homenaje a la ciudad portuaria en la que se encuentra. Este hito arquitectónico, uno de los más espectaculares de la arquitectura deconstructivista, fue inaugurado en 1997 y diseñado por Frank Gehry, Premio Pritzker y uno de los arquitectos más reconocidos internacionalmente en la actualidad. Sus paneles brillantes, que parecen escamas de un pez, crean formas deconstruidas que reflejan el sol y el agua de la ciudad vasca. Formas orgánicas que son un sello personal del estilo de Gehry y que han dotado a la ciudad de un edificio emblemático, transformando radicalmente el antiguo polígono industrial de la zona. En su interior, alberga exposiciones de arte de obras pertenecientes a la fundación Guggenheim y otras itinerantes, que reciben a millones de visitantes cada año. Mucho se ha hablado y escrito sobre este icónico edificio, pero aún hay algunas curiosidades que desvelar y que, probablemente no sabías.
1. Una ampliación del Guggenheim de Nueva York
La idea del proyecto fue el resultado de una colaboración entre el Museo Guggenheim de Nueva York, el gobierno municipal de Bilbao y el gobierno español. Así, se configura como una ampliación del Museo Solomon R. Guggenheim, ubicado en Nueva York. Todo surgió, concretamente, a una comida informal donde se decidió que el Museo que iba a abrir inicialmente en Madrid, se trasladara a Bilbao. Pero eso sí, a Thomas Krens, el director de la fundación en aquel momento, no quisieron enseñarle la zona en la que se iba a ubicar el Museo que, en aquella época, nada tenía que ver con este eje cultural que ahora conocemos.
2. No hay superficies planas
En su estructura no hay ni una sola superficie plana. Todo son formas orgánicas que generan movimiento.
3. ¿Por qué placas de titanio?
Para la piel exterior del edificio se utilizaron 33.000 planchas de titanio de poco espesor, que dotan de un aspecto rugoso al edificio. Estas placas reflejan de forma diferente la luz según la temporada, y cambian de color los días de lluvia. Antes de elegir el titanio, Gehry pensó en utilizar acero inoxidable, pero hizo pruebas en el exterior y cuando llovía, este material, perdía todo su brillo. Sin embargo, probó cómo se comportaba el titanio en el exterior sujetando una placa a un poste de teléfono fuera de su estudio. Cuando llovió, el titanio se volvió dorado y el arquitecto supo que había encontrado el material adecuado.
4. Piedra difícil de encontrar
Además del titanio, el exterior está recubierto por una piedra caliza que fue, en su momento, muy difícil de encontrar. Finalmente, se extrajo de Huéscar, Granada, una piedra de un color similar a la que se utilizó para construir la Universidad de Deusto.
5. Plumas y escamas
Para diseñar la fachada, Gehry se inspiró en las plumas y escamas de los animales. Observó sus fijaciones y sus movimientos y los replicó en este sistema de escamas fijas que hoy vemos como revestimiento del edificio.
6. Diseño por ordenador (y en una servilleta)
Para su diseño el equipo de Gehry utilizó simulaciones por ordenador de las estructuras necesarias para mantener el edificio, consiguiendo unas formas que hubieran sido imposibles de realizar unas pocas décadas antes. Gehry fue el primer arquitecto que construyó utilizando CATIA, un software diseñado para la construcción de aviones. Él mismo lo adaptó para facilitar la transición de la maqueta a la obra y fue el que utilizó para el Guggenheim de Bilbao. Eso sí, el primer boceto del Museo lo dibujó en una servilleta de papel. Probablemente, la inspiración le pilló desprevenido.
7. Dos mascotas custodiando su entorno
En el entorno del Museo hay dos obras de arte permanentes, una araña y un perro, que custodian el edificio. Se trata de Puppy, un perro de acero y de 12 metros de altura recubierto de plantas naturales (que se cambian dos veces al año), obra de Jeff Koons; y de Mamá, la araña de 9 metros de altura obra de Louise Bourgeois.