Si existe un tótem sagrado para los arquitectos y amantes de la arquitectura, ese es Le Corbusier. El arquitecto y urbanista suizo-francés fue uno de los líderes del Movimiento Moderno y uno de los renovadores de la arquitectura del siglo XX. Cada año miles de personas visitan los 17 edificios que llevan su sello considerados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y algunos de sus postulados todavía se estudian y se aplican en la práctica. Por eso, no deja de llamar a atención que el español Ricardo Bofill, recientemente fallecido, fuera, en muchas ocasiones, una de sus principales voces críticas: "Su teoría urbanística es de mala persona", llegó a afirmar sobre él en varias entrevistas, como en esta de el periódico El País.
Pero, ¿por qué ese enfrentamiento directo de Bofill con el mítico arquitecto? "Él era malo. No le gustaba la ciudad, por eso la dividía: una máquina para vivir, otra para trabajar. Era un gran creativo con una ideología nefasta", dijo de él en ese mismo artículo. Lo cierto es que si nos atenemos al estilo arquitectónico y por ende urbanístico por el que abogaban cada uno, no es de extrañar que hubiera diferencias entre ambos. Además de poder encuadrarlo dentro del clasicismo o el historicismo, el nombre de Bofill suele ir unido a una corriente que tuvo un notable éxito a partir de los 60: el posmodernismo. Y esta corriente, que cuenta como Denise Scott Brown o Robert Venturi como algunos de sus mayores exponentes, suele identificarse como una reacción directa surgida en los años 50 al formalismo del Estilo Internacional o Movimiento Moderno.
Esto es fácil de comprobar a simple vista en la estética de los edificios, mientras la arquitectura moderna abogaba por la funcionalidad y la ausencia de artificio, el posmodernismo apostaba por todo lo contrario (basta con ver algunos de los edificios de Bofill como el Espaces d'Abraxas o Les Arcades du Lac). "La idea que yo tenía era la de recuperar algunos de los elementos históricos de la arquitectura, la tradición que fue cortada en los años 1920 y 1930. Entonces la arquitectura se convirtió en una tabula rasa. La historia quedó prohibida. Le Corbusier y Mies van der Rohe fueron seguidos ciegamente en todas las regiones del mundo", afirma Bofill en esta otra entrevista.
Pero la diferencia entre ambos creadores es también patente en algo más importante: su concepción de las propias ciudades y de cómo han de habitarse. Por un lado, las ideas de Le Corbusier en los años 20 o 30 parecían definir las urbes casi independientemente de dónde se ubicaran y así lo atestiguan su proyecto de Plan Voisin para renovar París, su propuesta de ciudad planificada Ville Radieuse, en la que pensaba en una urbe llena de enormes torres y con zonas jerarquizadas según su uso en la que el coche sería la estrella para moverse, o en la propia concepción de la ciudad india de Chandigarh. Muchas de sus ideas, de hecho, se aplicaron posteriormente en Brasilia por Lúcio Costa (sin, por cierto, demasiado éxito)
Bofill era claro sobre lo que opinaba de ello: "Bueno, siempre he dicho que Le Corbusier fue el único arquitecto que mató a la ciudad. Él tenía un total desprecio por la historia. El odiaba la ciudad. Quería dividirla, segregarla en zonas para vivir, trabajar, comerciar, y así sucesivamente. Pensaba en las ciudades y los edificios como máquinas. Mis puntos de vista siempre fueron los opuestos", cuenta en la misma entrevista antes citada. Así, en su obra, como el Barrio Gaudí en Reus Tarragona, La Muralla Roja o Walden-7 es fácil comprobar cómo Bofill no tenía nada que ver con ese planteamiento y se inspiraban en la cultura mediterránea, desde la arquitectura árabe a la romana, teniendo en cuenta en todo momento el lugar en el que se estaba construyendo su obra. Mientras que la de Le Corbusier parecía ser una ciudad utópicamente perfecta, la de Bofill se perfila como algo más complejo y conflictivo, una urbe en la que el pasado es tan importante como el presente.
Él mismo lo resume perfectamente: "Las ciudades necesitan ser reparadas y curadas, no demolidas y construidas desde cero. Las ciudades comenzaron hace 10 mil años, pero para Le Corbusier no existía la historia. Sus manifiestos únicamente miraron hacia adelante. Pero es claro que la gente prefiere vivir en centros históricos, no en ciudades nuevas. Yo intento encontrar alternativas al modernismo simplista mediante la recuperación del espíritu de la ciudad mediterránea".