Se formaron en la Bauhaus. La escuela superior de diseño fundada por Walter Gropius en 1919 en Weimar (Alemania), que a través de sus 14 años de vida y el talento de su comunidad de maestros y alumnos, asentaría las bases del movimiento moderno y del diseño industrial. Algunas de ellas no lograrían ni siquiera culminar sus estudios. Algo que sin embargo no les impediría desarrollar una intensa vida creativa y profesional, durante unos años en los que la mujer luchaba por no volver a ser relegada nuevamente al estricto ámbito de lo familiar. Realizarían tapices y fotografías, diseñarían piezas de mobiliario, modernos objetos de diseño, vanguardistas cerámicas, proyectos de interiorismo e incluso llegarían a ser arquitectas; y eso a pesar de que la escuela —orientada desde sus inicios hacia la arquitectura— no contaría con un programa especializado en la materia hasta 1927. Friedl Dicker Sería una de las primeras alumnas de la Bauhaus, y una de las más brillantes. Allí Friedl Dicker formaría parte junto a Franz Singer, Anny Wottitz y Margit Tery, del conocido grupo de “los vieneses” (una congregación de alumnos provenientes de la escuela de arte en Viena de Johannes Itten). Participó en los talleres de encuadernación, tipografía y textil, fabricaría marionetas, realizaría litografías y, además de la de Itten, recibiría una notable influencia de Paul Klee, que en 1920 se incorporaba como profesor. Pero llegado el momento de dejar la Bauhaus, Dicker lo hacía sin haber terminado sus estudios y sin ningún tipo de diploma acreditativo. Algo que sin embargo no le impediría desarrollar una brillante y multidisciplinar carrera en campos tan diversos como la arquitectura, el diseño de mobiliario y la pedagogía. Junto a su compañero Franz Singer, fundaría en Viena un estudio de arquitectura con el dualismo como eje generador de la mayoría de sus proyectos. Un club de tenis (1928), la ampliación de la residencia de la familia Reisner (1929), el interiorismo del jardín de infancia Montessori (1930) y la construcción del brillantísimo Pabellón de la Condesa Heriot (1932-34) —con su moderno ascensor acristalado de paredes curvas incluido—, serían algunas de sus obras más importantes. Sin olvidar el significativo proyecto de la emblemática Villa Moller (1927-1928). Alma Siedhoff-Buscher. Al igual que Dicker, Alma Siedhoff-Buscher saldría de la Bauhaus sin ningún diploma oficial. Tras finalizar el Curso Preliminar que debían superar todos aquellos que aspiraban a formarse en la Bauhaus, entró a formar parte —al igual que la mayoría de las estudiantes femeninas— del taller de tejidos. Cambiándose después al de carpintería. Entre sus trabajos destacaría su participación en la exposición organizada por la Bauhaus en 1923. Una gran muestra dirigida a enseñar a la comunidad de Weimar el talento de los alumnos, y entre cuyas piezas realizadas destacaría la revolucionara vivienda Am Horn. Una casa experimental con toda clase de comodidades modernas, como calefacción central y baño, pensada para ser tan económica que cualquiera pudiera comprarla. Ella sería también la autora de uno de los grandes éxitos y símbolos de la Bauhaus: un sencillo juego infantil de construcción de barcos hecho de piezas de madera y colores primarios, que todavía hoy sigue comercializándose. Margarete Heymann-Marks Löbenstein La Bauhaus estaba abierta a cualquiera que deseara estudiar en ella, independientemente de su expediente académico, género o nacionalidad. Un principio de igualdad que en la práctica no impediría que a la mayoría de las mujeres se las empujara hacia determinados talleres, más “femeninos”, como el de encuadernación o el textil, y se las alejara de otros como el de cerámica, carpintería o el de metal. Y mientras Marguerite Friedlaender-Wildenhain y Margarete Heymann lograban acceder al poco recomendado taller de cerámica, Marianne Brandt se convertía en una de las pocas alumnas que lograba ingresar en el de metal. Taller que acabaría por dirigir tras la salida de su maestro László Moholy-Nagy en 1928. Marianne Brandt Brandt descubrió la existencia de la Bauhaus precisamente a raíz de aquella exposición de 1923, y aquel mismo año ingresaría en la escuela. Donde permanecería hasta 1929, tras no dudar en acompañar al resto de alumnos y profesores en el traslado de Weimar a Desau —la escuela se trasladaría de Weimar a Dessau en 1925 y finalmente a Berlín en 1932—. Durante todos aquellos años demostraría ser más hábil que muchos de sus compañeros varones, llegando a colaborar en el estudio de arquitectura del mismísimo Walter Gropius y diseñando algunas de las mejores piezas de la historia de la escuela. Objetos útiles y prácticos, como lámparas, ceniceros o un completo juego de café y té, que debido a su exultante modernidad siguen comercializándose y han sido el germen e inspiración de muchas de las piezas que nos rodean en nuestro día a día. Gunta Stölzl El dirigir a la práctica totalidad de las estudiantes hacia el taller textil —territorio y refugio estrictamente femenino para muchas de las propias alumnas—, hizo de él uno de los más importantes y con mayor actividad de la Bauhaus. Y a su éxito contribuiría sin duda una de sus primeras alumnas, la brillantísima Gunta Stölzl. Formada en la escuela de artes aplicadas de Munich, Stölzl se inscribía en la escuela durante aquel primer invierno de 1919. Tras superar el curso preliminar y formarse junto a Johannes Itten y Paul Klee, ingresó en el taller de tejidos dirigido por el artista Georg Muche. Al que sustituirá como maestra de taller de 1925 a 1931, tras una “revuelta” de las propias alumnas. Stölzl fue por tanto no solamente una de las pocas maestras en la historia de la escuela, sino una de las mujeres que más tiempo pasaron vinculadas a la Bauhaus, primero como alumna, y después como profesora. Tiempo durante el que colaboraría en la fabricación de tapices y tejidos cada vez más experimentales. Auténticas obras de arte hechas con hilo, para cuya confección se combinaban tanto técnicas artesanales como los últimos avances en producción industrial. Apreciada y bien considerada por la mayor parte de la comunidad de alumnos y profesores, su trago más amargo llegaría en 1931 cuando un grupo de estudiantes de ideología nazi de la propia escuela, se dedicaron a acosarla por estar casada con un judío. Finalmente se vería obligada a dimitir de su puesto, refugiándose en Zurich donde fundaría una empresa de tejidos. Anni Albers Tras su salida, en su cargo como directora de taller la sustituirá brevemente otra de las grandes mujeres de la Bauhaus, Anni Albers. Annieliese Fleischmann, Anni, había llegado a la escuela en 1922 con la intención de convertirse en pintora, pero descubriría entre los hilos y retales de su taller textil, toda la magia necesaria para crear sus inimaginables obras de arte. Un campo al que sabría sacarle el mayor de los partidos, hasta el punto de convertirse, años más tarde, en la primera artista textil en exponer sus obras en una exposición individual en el MoMa de Nueva York. Además de originales patrones y tapices, durante sus años en la Bauhuas experimentaría con nuevos materiales como el celofán, con el que logró crear un novedoso tejido reflectante capaz de absorber el sonido. Antes de finalizar sus estudios contraería matrimonio con el joven profesor, y también antiguo alumno, Josef Albers. Con quien formaría una de las parejas artísticas más importantes del siglo XX. Después del triunfo del nacionalsocialismo y del cierre definitivo de la Bauhaus en 1933, juntos emigrarían a Estados Unidos, país en el que continuarían desempeñando una importantísima labor artística. Ise Gropius Conocida con el apelativo de Mrs. Bauhaus —por el que le llamaba cariñosamente su propio marido—, Ise Gropius llegó a la escuela poco antes de aquella exposición de 1923 como la prometida de Walter Gropius. Con quien contraía matrimonio pocos meses después, con Kandinsky y Paul Klee como testigos. Desde entonces Ise se volcaría en la vida de la escuela apoyando el trabajo de su marido y desempeñando labores de organización, edición y secretaría. Y una vez que este renunció a su puesto como director, se convertía en coautora de muchos de sus textos, artículos y conferencias. Un trabajo que él siempre le reconocería, y una labor literaria que llegaría a emprender en solitario vendiendo diferentes ensayos a distintas editoriales de Alemania y de Reino Unido. Una faceta con la que consiguió cierto reconocimiento, pero que decidió dejar totalmente de lado después de que la revista literaria norteamericana The Atlantic Monthly rechazara publicar su artículo “Grandma Was a Career Girl”, por promocionar la “espantosa idea” de las mujeres trabajadoras. Composición de Florence Henri, 1931. Otra de estas mujeres que influiría de manera importante en la vida cotidiana de la escuela y en sus alumnos sería sin duda Lucia Moholy, esposa de László Moholy-Nagy. Antes de su llegada a la Bauhaus había trabajado como editora en diferentes editoriales de Berlín y publicado diversos escritos de carácter vanguardista —bajo el seudónimo de Ulrich Steffen—, pero durante sus años en la escuela será en la fotografía donde vuelque toda su atención. Convirtiéndose en la encargada de fotografiar los trabajos de los alumnos, y en la autora de gran parte del material fotográfico que se conserva del día a día de la vida en la escuela. Pero Lucia Moholy no sería la única en caer rendida ante la magia de aquella incipiente fotografía de principios de siglo. Una práctica hacia la que se inclinarían, y desarrollarían de manera brillante, muchas estudiantes de la Bauhaus. Alumnas como Grete Stern, Gertrud Arndt, Judith Kárász, Irena Blühová, Grit Kallin-Fischer —una de las pocas mujeres junto a Marianne Brandt que accedieron al taller de metal—, Etel Fodor-Mittag o Florence Henri. Una artista formada en París bajo la tutela de Fernand Léger y Amédée Ozenfant, que paso brevemente por la Bauhaus de Dessau en 1927. Allí residiría en la vivienda del matrimonio Moholy, convirtiéndose en íntima amiga de Lucia Moholy. Quien precisamente sería la que le alentaría a alejarse de la pintura, y desarrollar su talento como fotógrafa. Campo en el que terminará cosechando grandes éxitos, hasta el punto de situar su nombre y la calidad de sus trabajos a la altura de la de los grandes artistas de la fotografía experimental de la época.