Ricardo Bofill, que acaba de fallecer a los 82 años, ha sido uno de los máximos representantes del estilo postmodernista de la arquitectura contemporánea con su particular estilo que apostaba por capturar el pasado fusionándolo por nuevas tendencias interpretando el espíritu del momento. En sus rompedores proyectos planteaban nuevas formas de relación social.
Su brillante trayectoria ha definido la ciudad de Barcelona, con obras edificios como el Hotel Vela, El Teatre Nacional de Cataluña, el edificio Walden 7 o el Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat, aunque su legado internacional -tiene alrededor de mil obras en cuarenta países distintos- se puede apreciar desde Estocolmo a Oriente Medio, pasando por San Petersburgo, Holanda, Francia, Marruecos, Argelia, Estados Unidos, Japón, China e India.
Bofill nació en 1939 en Barcelona y desde joven destacó por cuestionar las tendencias dominantes de la arquitectura. En 1975 construyó uno de los edificios más carismáticos de España, el Walden 7, donde con su equipo del Taller de Arquitectura (un equipo multidisciplinar en el que estaba José Agustín Goytisolo, Julia Romera y Salvador Clotas), intentó plasmar las ideas de libertad y de nuevos modos de relaciones sociales que se abrieron paso a finales de los 60. Bautizada así en honor a las obras de Henry Favid Thoreau, la construcción se caracterizó, tal como reza la memoria del proyecto, "como una nueva concepción psicosociológica de nuestro medio urbano, en contraposición con la concepción únicamente técnica y especulativa que preside la mayoría de las agrupaciones urbanas actuales".
La década de los 60 y 70 fue prolífica para el arquitecto. De esos años son el Castillo de Kafka, un laberinto de apartamentos en Sant Pere de Ribes (Barcelona) bautizado con el nombre de la novela del escritor austrohúngaro Franz Kafka y que combina con el color del cielo; la mítica e instagrameableLa Muralla Roja (1975) de Calpe, compuesta por paredes rosa chicle y escaleras azul celeste que acogen 50 apartamentos con vistas al Mediterráneo, al igual que el edificio Xanadú (1971), en la misma urbanización La Manzanera, cuya silueta combina la arquitectura propia de un castillo y la silueta del cercano Peñón de Ifach. Su colorido Barrio Gaudí (1968), en Reus, Tarragona, fue la primera experiencia de diseño urbano a gran escala a la que se enfrentó el estudio de arquitectura de Bofill.
En 1973 tuvo su primer encuentro con La Fábrica y fue todo un flechazo. Una antigua factoría de cemento a las afueras de Barcelona, en Sant Just Desvern, enamoró al arquitecto hasta el punto que decidió hacer de ella el lugar para su estudio. Puede que fueran sus 31.000 metros cuadrados, quizá sus arcos, sus elevados techos o su luz, que hicieran de su estudio la gran fuente de inspiración para muchas de sus obras.
A Bofill nunca le faltaron buenos encargos, como la Torre de United Airlines en Chicago, la ampliación del Aeropuerto del Prat y el Teatre Nacional de Cataluña en su ciudad o la sede de Cartier en París o la de Shiseido Ginza en Tokio. Su prolífica carrera incluye proyectos más actuales como la Universidad Mohammed VI con sedes en Ben Guerir y Rabat. También destacan el Hotel Vela de Barcelona, los jardines del Túria, en Valencia o el parque del madrileño Manzanares.
Hijo de padre arquitecto, Ricardo Bofill se formó inicialmente en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), inserta en la Universidad Politécnica de Cataluña, que el año pasado le invistió como doctor honoris causa en reconocimiento a su trayectoria en diferentes estilos arquitectónicos contemporáneos, tanto de obra urbana como de vivienda. Hoy, sus dos hijos, Ricardo Emilio y Pablo, siguen al frente de su taller.