Lina Bo Bardi (1914/1992) no podía creer que aquel frondoso rincón del mundo, de alegre música y vivos colores, llamado Brasil, se apresurara de manera frenética a renunciar a sus raíces en pro de las deslumbrantes promesas a progreso que traía consigo la modernidad. Un discurso que ella misma traía desde su Italia natal cuando llegó por primera vez al país en 1946, y al que renunciaría para contribuir a la construcción de una alternativa igualmente moderna, pero genuinamente brasileña, en un país al que amaría como a su propio hogar: “Es mi país de elección y por eso es mi país dos veces”, diría.
Una mujer cuya pasión e ideales la condujeron a deslizarse por terrenos tan diversos como el del interiorismo, el diseño, la museografía o el periodismo cultural, y a convertirse en la principal valedora de un proceso de revalorización de la hasta entonces marginada cultura popular brasileña; convirtiéndose por todo ello en una figura indispensable para comprender la evolución social y cultural de Brasil entre los años 40 y 90.
Lina Bo Bardi, por entonces Achillina Bo, se licenció en arquitectura en La Sapienza de Roma en 1939. Una época en la que la Ciudad Eterna vivía sumergida en la atmósfera totalitaria del régimen de Mussolini. Siete años antes se había inaugurado la Vía de los Foros Imperiales, y por la capital italiana se sucedían las obras de una arquitectura fascista –como la del tan instagrameado Palazzo della Civiltà Italiana– cuyo lenguaje vagaba en una continua lucha entre una tradición historicista y los nuevos aires de la modernidad racionalista. Alejándose de ese nuevo academicismo totalitario, Lina decidía ir en busca de una mayor libertad creativa y se trasladaba a vivir a Milán junto a Carlo Pagani, con quien abría un pequeño estudio. Durante los siguientes años realizará algunos proyectos de interiorismo, publicará artículos e ilustraciones, y comenzará a colaborar tanto con Gio Ponti como con Domus, la publicación fundada y dirigida por el propio diseñador italiano.
En el 43, en plena Segunda Guerra Mundial, su estudio es bombardeado y reducido a cenizas. “Fue entonces, mientras las bombas demolían sin piedad la obra del hombre, cuando comprendemos que la casa debe ser para la vida del hombre, debe servir, debe consolar, y no mostrar, en una exhibición teatral, las vanidades inútiles del espíritu humano”, reflexionaría años más tarde sobre aquellos días grises que asolaron Italia, en un discurso que recoge el trasfondo de lo que será el espíritu de su arquitectura. Sin estudio y sin proyectos a causa de la guerra, Lina se volcaba en su papel como periodista fundando el semanario A Cultura della Vita y asumiendo la subdirección de Domus. Sería así como, tras realizarle una entrevista, conocería al periodista y crítico de arte Pietro Maria Bardi. Por entonces casado, con dos hijas y 14 años mayor que ella, se casaban finalmente en Roma en 1946.
Las estrechas relaciones que él había tenido con el régimen de Il Duce, junto a las de ella con el Partido Comunista Italiano, hicieron que la situación de la atípica pareja no resultara nada fácil en la Italia de la reconstrucción, por lo que aquel mismo año, durante su viaje de bodas a Brasil, deciden aceptar la oferta del empresario y filántropo Assis Chateaubriand para permanecer en el país y fundar un nuevo museo de arte.
Su llegada al país sudamericano supondrá una impresionante sacudida creativa para Lina, mientras que su presencia y el espíritu de sus obras terminarán generando una revolución cuyo poso arraigará de manera sorprendente entre la sociedad brasileña. “Llegó a Brasil para descubrirle a los brasileños lo que era su país”, explica María Toledo Gutierrez, comisaria de esta exposición junto a Mara Sánchez y Manuel Fontán del Junco, para quien lo que Lina realizó fue una especie de antropofagia cultural, pero la inversa: “Se da cuenta de la riqueza infinita que tiene la cultura brasileña y se lo muestra a los propios brasileños”.
Tras pasar por Río de Janeiro, por entonces capital principal del país –Brasilia no se fundaría hasta 1960–, el matrimonio se traslada a vivir a São Paulo. La ciudad era la elegida por Chateaubriand para fundar el nuevo museo de arte que dirigiría el marido de Lina –tarea que realizó durante casi 50 años–, mientras que ella sería la encargada, primero, de adaptar uno de los edificios de Chateaubriand como primera ubicación del nuevo Museo de Arte de São Paulo (MASP), y después de diseñar su sede definitiva. La construcción del nuevo edificio se llevaría a cabo entre 1957 y 1968, momento en el que abría finalmente sus puertas como una de las piezas más emblemáticas de la arquitectura moderna brasileña.
Aquel nuevo MASP –ampliamente documentado en esta exposición de la Fundación Juan March– supone un completo manifiesto de la visión arquitectónica de Lina Bo Bardi, cuyas obras poseen un fuerte carácter político y social que trasciende las barreras de lo material, y que surgen de un intenso arraigamiento popular para ponerse siempre al servicio de la gente. Sobre el plano, sus obras se caracterizarán por una indudable riqueza espacial mezcla de ese clasicismo italiano y de la modernidad racionalista. Como medios de construcción, materiales rudos y humildes, como ese hormigón visto que tanto gustaba a la Escuela Paulista de Vilanova Artigas y de Mendes da Rocha, y que aparece en el caso del MASP formando esos dos grandes pórticos encargados de levantar el edificio de cristal y de generar la gran plaza pública.
En cuanto al interior del museo, en él no solamente rompe con el programa tradicional de los museos europeos, con su característica sucesión de salas y sus circulaciones lineales, sino con la propia manera de contemplar el arte; diseñando en contraposición un espacio expositivo amplio, abierto y continuo, en el que las circulaciones se entremezclan y las obras se presentan levitando gracias a unas originales mamparas de cristal templado y pedestales de hormigón, diseñadas por ella misma.
Antes de que se inaugurara la nueva sede del MASP, Lina ya había fundado en Brasil la revista Habitat, colaborado con Luigi Nervi en los proyectos –no realizados– para el Museo de Arte de São Vicente y el edificio Taba Guayanases, y construido su primera obra: la Casa de Vidrio, su propia vivienda al sur São Paulo. Una construcción de una gran pureza formal en la que, en una especie de sentida despedida, volcaba todas las características del lenguaje moderno para pasar desde entonces a abrazar la calidez y la austeridad vernácula que su nuevo país de acogida le brindaba, y que ella se encargará de enfatizar situándolo como motivo de expresión formal de todas sus obras posteriores. Obras como la de la Casa Chame-Chame —ya demolida— en Salvador de Bahía, ciudad a la que se trasladaba a vivir en torno al año 58 para realizar los trabajos de restauración y dirección de su Museo de Arte Moderno.
Será sirviéndose de este nuevo puesto desde donde profundizará en la comprensión del arte tradicional brasileño, promoviendo mediante la organización de exposiciones y talleres la efervescencia cultural de la ciudad, hasta situarla en el epicentro de todo un resurgimiento cultural en defensa de la cultura brasileña, que terminará germinando en movimientos como el de ese Tropicalismo musical liderado por Caetano Veloso. “Era una presencia muy fuerte”, cuenta el propio Veloso recordando aquel momento en el que la conoció. “A partir de lo que hizo en Bahía hubo cambios que tuvieron peso a nivel nacional”.
Lina se encargará de divulgar su defensa de ese arte tradicional popular, hasta entonces marginado de los círculos culturales, publicando artículos sobre arquitectura, música, teatro o arte, y suscitando polémicos debates como el que provocaría con la exposición que organizó para la V Bienal de Arte de São Paulo: Bahía No Ibirapuera. Una muestra cuyo espíritu rescata de alguna manera ahora la Fundación Juan March con esta mezcla de artistas internacionales, indígenas, populares y anónimos que se dan lugar junto a las obras de la propia Bo Bardi.
Esos trabajos como museógrafa que desarrolla tan activamente en sus años en Bahía serán otra constante sobre la que continuará trabajando e investigando, centrándose precisamente en ellos tras el golpe militar de Brasil de 1964 que la conduce de nuevo a vivir a São Paulo. Allí construirá en 1977 otra de sus obra más importante, el SESC Pompéia. Una antigua fábrica que reconvierte en centro cultural, deportivo y pedagógico al servicio de la vida y de la gente. “Comer, sentarse, hablar, caminar, tomar un poquito de sol… La arquitectura no es sólo una utopía, sino un medio para alcanzar ciertos resultados colectivos, la cultura como convivencia”, dirá sobre un complejo que gestionaría personalmente entre 1982 y 1984.
Como deja patente esta exposición de la Juan March, a lo largo de esa segunda vida de Lina en el país de la samba y la bossa nova, trabajará sobre una multitud de disciplinas creativas que la conducirán a realizar desde esas magnificas e inspiradoras obras de arquitectura, de una profunda transcendencia social, a diseñar escenografías, piezas de mobiliario –cómo olvidarnos de su silla Bowl–, joyería, figurines, nuevas técnicas museográficas o llamativas estructuras, como la de esa Gran Vaca Mecánica reconstruida especialmente para esta muestra. Un diseño original de 1988 que se exhibe ahora junto a una cuidada selección de esculturas, fotografías, diseños y grabados, decididos a devolvernos, aunque sea por un breve instante, a aquel mágico Brasil que descubrió para nosotros Lina Bo Bardi.