No existen exigencias concretas para que una casa o edificio forme parte de la obra de Albert Florent (Madrid, 1984), pero sí debe provocarle una atracción particular. "Es algo más relacionado con las sensaciones. En un sentido práctico sería la pureza de las líneas, la historia que oculta detrás, el enclave o, incluso, la perspectiva de una foto", explica.
El artista, afincado en Barcelona desde hace ocho años, se sirve de la pintura para establecer un diálogo con algunas de las figuras clave de la arquitectura contemporánea. Entre ellas, Josep Lluís Sert, Kazuyo Sejima, Eileen Gray o Ricardo Bofill, a través de cuyos proyectos icónicos da rienda suelta a su personal mundo de acrílico, rotulador, lápiz y tinta sobre tela, aunque cada vez le hace más ojitos a la tecnología digital.
La vie en rose
Las arquitecturas ilustradas de Florent hablan de espacios habitados en los que, aunque nunca aparecen personajes, de alguna forma están ahí, como si acabasen de marcharse de su universo de color rosa. "Comencé a incorporar este color sustituyendo los blancos originales para dotar a la escena de un carácter que generase impresiones diferentes, que no fuera una mera representación de la realidad. Después de tanto trabajar con él ha pasado a formar parte de lo que soy", nos cuenta.
Historiador del arte con un posgrado como ilustrador en la escuela EINA de Barcelona, el artista siempre ha sentido una especial sensibilidad por el patrimonio y la conservación del mismo, de ahí esta atractiva simbiosis de disciplinas como su pequeña contribución a la preservación de lugares icónicos. Tras dos exposiciones recientes en Barcelona, lo próximo será una serie sobre poblados de colonización agraria y otra sobre residencias privadas. Estaremos muy atentos.