En este proyecto de la arquitecta Andrea Arqués en colaboración con Jordi Castañé, de GCA Architects, sobrevuela la idea de "fundación" de un lugar habitable, a través de gestos indagatorios y propiciatorios. Una casa (o una ciudad) es "fundada" en un lugar, antes de ser construida e incluso diseñada. El diseño es un proceso, y al comienzo importa menos la materialidad y el aspecto final de la casa que sus proporciones, su relación entre lleno y vacío, que serán factores influyentes en la vida de sus habitantes.
En la memoria del proyecto, dice Andrea Arqués, "el emplazamiento en el terreno y los primeros trazos de escala, proporciones y anclaje en el lugar se plantearon sobre una malla de arquitectura sagrada, siguiendo los conocimientos de los maestros de la arquitectura que trabajaban con la pata de oca para diseñar las catedrales". A través de mediciones de la posición del Sol y la latitud de la parcela, Arqués ha descifrado en la tierra una "malla vibratoria", y ha diseñado una casa que esté "anclada en el terreno de forma amistosa, respetuosa y conectada con ejes energéticos".
El visitante que deambule por el jardín (diseñado por la paisajista María Jover), el patio y las estancias interiores percibirá los efectos benéficos de la medición de "vibraciones" que ha guiado su anclaje en el lugar. Con sus paredes de estuco a la cal y sus suelos de cemento pulido, sus anchas aberturas y pasillos, sus terrazas de aromáticas y la sombra de sus encinas al borde de la terraza, la casa es el fruto de "una ocupación consciente y armónica del espacio", resume Andrea Arqués.