No sabemos si Gustavo Adolfo Bécquer pasó por Bellver de la Cerdanya (Lérida) pero sí que se hizo eco de alguna de sus leyendas en el libro La cruz del diablo. Y es que la comarca de la Batllia, cercana a los Pirineos catalanes, tiene mucho que contar, y su historia da para un libro o varios: en ella se encuentran castillos, torres, iglesias y hasta pinturas rupestres. Y todas cuentan con leyendas o historias populares de tiempos pasados, conocidas por los apenas 2.000 habitantes del pueblo.
¿Cómo aprovechar el espacio, y ampliarlo, manteniendo el carácter rural de la construcción?
Además de paisajes maravillosos, por el camino a Bellver hay masías aisladas y construcciones antiguas que se pueden ver a a ambos lados de la carretera. Si uno tiene la suerte de encontrar una de ellas a la venta, o le cae en herencia, advertimos: merece la pena invertir en una reforma. Este fue el caso de una familia integrada por 4 miembros, que buscaba una segunda residencia y encontró un antiguo pajar con 2 plantas de 35 m2 cada una.
"Estaba en tan mal estado que hubo que derribar la casa porque las paredes de piedra actuales no aguantaban ningún tipo de intervención. Decidimos aprovechar la piedra original y volverla a levantar", comenta Helena Puig de PPT Interiorismo, que trabajó mano a mano con Jordi Vinyes de GR4 Arquitectes, un estudio experto en construcciones en casas típicas ceretanas de la zona.
El objetivo principal, era que la casa estuviese enfocada en el jardín y orientada al sur, al sol (en la comarca se encuentra uno de los pueblos más fríos de España y en verano no llegan a los 20 grados de temperatura). Siguiendo esta línea, los propietarios también querían que el salón tuviese acceso directo al exterior. Pero lo más importante era conseguir que los propios materiales fueran ya acabados finales. Una casa sin artificios, con paredes de mortero pintado, armarios de obra, un techo con forjado de madera y una escalera de hierro.
Lo que al principio fue el mayor inconveniente que te puedas encontrar (que se te venga la casa abajo) acabó siendo una oportunidad de ganar metros al espacio: de 70 metros distribuidos en dos plantas se pasó a 120m2 y un altillo, repartidos en 3 habitaciones y 3 baños. No está nada mal para un antiguo pajar convertido en una privilegiada vivienda vacacional que rinde tributo a las casas de montaña.
En contraste con la fachada negra (marcos de las ventanas incluidos), en el interior se optó por un suelo de parquet de roble natural de distintos anchos y largos, que juegan un papel esencial en la planta baja. La madera no sólo cubre suelos, también se utilizó como revestimiento en las paredes para ocultar el baño que se esconde bajo la escalera. En el salón, abierto al jardín con puertas correderas abiertas de Kline, hay pocos elementos, los necesarios: un sofá hecho a medida de de Marcasal, una mesa de centro de Kave Home, una mesa de comedor de Ethnicraft y unas sillas tipo Whishbone de Bambu Blau. La iluminación empleada, esencial para destacar las áreas decorados en negro, se concentró en focos de superficie y apliques para puntos de luz y lámparas decorativas de Santa & Cole (la Cesta de Miguel Milá nunca falla) y Etsy. La cocina, integrada en el salón y en el comedor, es de madera negra termo tratada y deshidratada: es sencilla pero bien organizada.
En las habitaciones, ambiente acogedor con lo mínimo. Colores neutros, tejidos de Zara Home, más madera y, en las habitaciones infantiles, camas de Vertbaudet. Para ser una familia feliz sólo hace falta centrarse en lo esencial: tener un espacio donde poder compartir momentos.