Que 2.300 metros construidos tengan eso que se llama calor de hogar no es fácil. Pero es algo que Laura Gärna siempre tiene presente, incluido en este unifamiliar en La Moraleja. “Puedes empezar el proyecto desde la envolvente y acabar por el interior, pero yo sigo el camino contrario. Estudié Arquitectura en Madrid y luego interiorismo en Milán, y entendí que la escala humana es más importante que el edificio en sí".
"La fachada solo se percibe cuando te acercas, pero vives dentro. Trabajo mucho la secuencia de espacios. Cojo la parcela y dibujo unos esquemas situándolos según el entorno, qué es lo que quiero ver desde cada uno, cómo se relacionan entre sí, controlando las dimensiones, que todo se use, que no haya rincones muertos. Dedico mucho tiempo a esta fase”, comienza la sevillana.
Tras dedicar todo un año a esta reflexión quedó una construcción racional y simple por fuera y cálida y llena de curvas por dentro, empezando por la propia escalera de entrada. “El lenguaje orgánico nos ayudaba a esa amabilidad. Queríamos una pieza monumental porque en todas las grandes arquitecturas históricas se les da mucha importancia, en la línea de los años cincuenta y Niemeyer. Nos inspiramos en la de Leonardo Da Vinci del castillo de Chambord”.
Desde este enorme recibidor que preside se ven los dos salones principales. En la planta baja se suceden las zonas públicas. “Todas se relacionan entre sí por unas puertas correderas de suelo a techo de roble, que cuando están abiertas permiten una permeabilidad total”. En la primera planta, los dormitorios (seis con baño y vestidor en suite); el sótano se destina al ocio, con bodega, sala de cine y un garaje espectacular.
“Para cada espacio hemos creado elementos de diseño original. La chimenea de piedra, en el salón a doble altura los sofás con ese retranqueo que funcionan como un nido. A pesar de la altura resulta acogedor. El cabecero de la cama de la habitación principal, de mármol de Marquina...”. Laura explica que esa calidez también depende de la elección de los materiales: “Piedra caliza de Campaspero, que uso siempre, de una cantera de Valladolid, porque siempre procuro que sean lo más kilómetro cero posible, roble... ”.
La fachada es de SATE, “un aislamiento térmico y el más adecuado para los criterios Passivhaus con los que se ha construido la casa. Me interesa la sostenibilidad, no el greenwashing”, añade. Además de aislar la envolvente, todas y cada unas de las estancias tienen orientación sur. “También nos hemos ocupado del amueblamiento, y la interiorista Amaya de Toledo nos ayudó en la selección de diseños especiales, auténticos tesoros. La paleta de colores es un diálogo con el exterior: verdes, azules, tierras... Hasta las obras de arte, todas de nuestra galería Gärna Art Gallery, han sido escogidas con ese criterio. Se nota esa acción 360º; todo encaja, parece que siempre ha estado ahí de manera natural, es como un organismo”, remata Laura Gärna.