Georgia O’Keeffe (1887-1986) pasó su primer verano en Nuevo México en 1929, y allí encontró su lugar en el mundo. Halló una construcción de adobe abandonada y en ruinas en lo alto de una colina, junto al pueblo de Abiquiu, al norte de Santa Fe. Le entró por los ojos como un flechazo hasta que pudo adquirirla en 1945 y mudarse definitivamente a ella en 1949 desde Nueva York. En este paisaje árido y monumental Georgia renace como artista, hasta adquirir la categoría de icono.
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