A pesar de su progresiva industrialización, la arquitectura continúa manejando plazos tan largos que la fecha de construcción –a veces una década posterior a la de diseño– delata hasta qué punto muchos proyectistas son capaces de adelantar el futuro. Ese fue el caso de Zaha Hadid (Bagdad,1950- Miami, 2016). La primera arquitecta en conseguir el Premio Pritzker (2004) se pasó más años luchando por construir que construyendo. Trató de romper los límites de la arquitectura –conectando edificios y ciudades– y de abrir puertas a formas más expresivas y a otras maneras –técnicas y formales– de construir.
Se necesita ser artista para marcar el territorio. Y Hadid lo era. Levantó hitos –a veces no en el mejor lugar– y definió un estilo único, aunque muy imitado. Cuando murió con 65 años, tenía 36 proyectos en marcha. Muchos ya han sido inaugurados. Otros, como el rascacielos One Thousand Museum Tower de Miami, lo serán en los próximos años. Ese salto de escala, un rascacielos, nos dejará la duda de hasta dónde hubiera podido reinventarse la gran dama de la arquitectura.
La diferencia entre un genio y un maestro es que el primero crea epígonos –discípulos que buscan copiarlo y solo consiguen copias– y el segundo enseña a pensar y genera discípulos con capacidad de aplicar la enseñanza en lugar de copiar los resultados. Hadid era más genio que maestra. Por eso, comprobando la incesante producción de su estudio, capitaneado ahora por su socio Patrik Schumacher, es lícito preguntarse cuándo las obras del estudio dejarán de ser diseños reconocibles con el sello Hadid.
Es cierto que los arquitectos no trabajan solos, que era el estudio de 400 empleados el que desarrollaba los proyectos, y que muchos de ellos –de la terminal del puerto en Salerno a la Torre Generali en Milán– llevaban años dibujándose. Sin embargo, una vez se hayan construido estos encargos, resta por ver cómo hubiera evolucionado Hadid. Ese es un reto mayúsculo. Repetir, o adaptar, un estilo y una manera de resolver es renunciar a la capacidad de cambiar.
De continuar viva, es fácil vaticinar que Hadid hubiera seguido cambiando, de la misma manera que su diseño varió desde su primer edificio –la estación de Bomberos para Vitra– hasta el último rascacielos que visitó en Miami horas antes de morir. Así, Zaha Hadid puede seguir firmando unos años, tras su muerte. Pero se acerca el momento de demostrar si el equipo en el que ella se apoyaba absorbió solo un estilo o asimiló una forma de pensar, trabajar y crear. Solo entonces tendremos años de Zaha después de Zaha. Sin el riesgo que caracterizaba su obra, la arquitectura que se levanta en su nombre corre el gran peligro de convertirse en una creación que nace muerta, falta de vida y de futuro.