Haciendo honor al atractivo que ha ejercido siempre como escenario cinematográfico –su arquitectura ha inspirado a series como Juegos de Tronos, pero es especialmente conocida por representar el apartamento del personaje encarnado por Harrison Ford en la obra maestra de la ciencia ficción Blade Runner, del director Ridley Scott (1982)– la peripecia histórica de la Ennis House de Frank Lloyd Wright daría como mínimo para una película, o una serie por entregas.
Desde que finalizó su construcción en 1924 en el barrio de Los Feliz de Los Angeles –muy cerca del famoso observatorio Griffith, en las colinas que dominan la ciudad– la casa pasó por varias manos. En 1994 sufrió graves desperfectos estructurales a raíz de un terremoto, y permaneció en un estado de semiabandono hasta 2011, cuando fue adquirida por algo más de cuatro millones de euros por el multimillonario y filántropo de la arquitectura Ron Burkle, quien emprendió la tarea de renovarla y devolverle su anterior esplendor antes de volver a ponerla en venta en 2018.
El último capítulo de este "culebrón" acaba de producirse a finales de octubre de 2019, cuando se ha conocido que la casa ha sido adquirida de nuevo por 16,2 millones de euros por el matrimonio formado por Cindy Capobianco y Robert Rosenheck, fundadores de Lord Jones, una marca de cosmética de lujo basada en las propiedades del cannabis, especie herbácea de la que se extrae la marihuana. Aunque el precio pagado no llega a los 21 millones de euros que en un principio pedía Burkle, se trata de la cantidad más alta pagada nunca por un proyecto de Frank Lloyd Wright. No sabemos si el genial arquitecto, que siempre cultivó una imagen de dandi, habría aprobado esta última operación, pero si sirve para asegurar el futuro de una de sus obras más icónicas, bienvenida sea.
Y es que Frank Lloyd Wright es autor de obras maestras que contienen sapiencia constructiva y artística a lo largo de períodos y lenguajes diversos. Arquitectura clásica y rompedora, americana y europea, orgánica y abstracta, basada en planos horizontales, verticales y en espiral, con transparencias líquidas o con la solidez de un templo precolombino. Es la riqueza hojaldrada de una mente superdotada.
El autor del Hotel Imperial de Tokio, de la Casa de la Cascada o del Museo Guggenheim de Nueva York también construyó en Los Ángeles en 1924 la singular Casa Ennis. Esos majestuosos bloques de hormigón ornamentado muestran de manera colosal hasta qué punto la construcción y la ornamentación eran, para Wright, categorías indisociables.
Interesado en el patrimonio arquitectónico y cultural de aquel país, Wright recorrió México en varias ocasiones, y realizó en Los Ángeles varias obras etiquetadas como Mayan Revival Architecture. Las veintisiete mil piezas de hormigón de la mansión Ennis muestran sus texturas labradas con motivos inspirados en la composición geométrica de las fachadas yucatecas.
El alma de una casa –decía Wright– está en el modo y los materiales de su construcción. El hormigón es tratado aquí (como todo lo que tocó con su genialidad) como material de creación artística: “Tomemos esta materia proscrita y descuidada de la industria de la construcción: el bloque de hormigón. Descubramos en él un alma inesperada y despertemos una belleza viva, con una textura como la de los árboles”.
La casa –había proclamado, en su etapa de rivalidad con Le Corbusier y demás figuras del movimiento moderno europeo– no es una máquina, sino un ser vivo dotado de alma. En la Casa Ennis esa idea se articula en la estrecha imbricación del principio constructivo y el ornamental. La serialización del adorno geométrico se acompasa a la retícula de los muros. Las fachadas, los corredores y los interiores componen una unidad majestuosa, con elaboraciones ornamentales específicas. La luz natural penetra en el laberíntico y encolumnado palacio como entre las ramas de un bosque de coníferas. “En el claro de un bosque de pinos me gustaría trabajar", dijo aquel hombre soberbio como un emperador, elegante como un dandi, lúcido y complejo como un genio.