En 2001, Oporto fue nombrada junto con Róterdam Capital Europea de la Cultura. Alvaro Siza, el arquitecto más reconocido de la ciudad portuguesa, fue invitado a realizar un proyecto en Róterdam, y Rem Koolhaas, oriundo de esta ciudad, a hacer lo mismo en Oporto tras ganar un concurso restringido. Para crear la que sería nueva sede de la Orquesta Nacional de Oporto, el arquitecto holandés aprovechó el diseño de una casa que el cliente finalmente rechazó. De las complejas relaciones programáticas y espaciales que Koolhaas había ideado para esa vivienda emergió la espectacular forma de la Casa da Musica.
El diseño, además, supuso un revulsivo frente a la “caja de zapatos” que imperaba en la concepción de los auditorios musicales. En lugar de tratar de luchar contra la evidente superioridad acústica de esta forma tradicional, la Casa da Musica apunta a revitalizar la sala de conciertos de otro modo: redefiniendo la relación entre el espacio interior y el público general exterior.
Con su aspecto poliédrico, la Casa da Musica se alza en el perímetro de una rotonda decimonónica como un objeto solitario y escultural asentado sobre una explanada de mármol travertino. Pero su afirmación frente a un entorno urbano anodino no significa discontinuidad con la historia del lugar, como refleja el homenaje a la reconocida tradición cerámica de Oporto en uno de sus vestíbulos. Sus fachadas laterales de vidrio corrugado abren la gran sala de conciertos,
con capacidad para 1.300 personas, a la ciudad, convirtiéndola en un espectacular telón de fondo para las actuaciones musicales. Aunque en su día la prensa local llegó a bautizar el edificio de meteorito y “cosa extraterrestre”, esa metáfora nunca gustó al autor: “Un meteorito sugiere impacto y alienación; no puede conectarse con una situación anterior. Y la Casa da Musica trata de relaciones y delicadeza”.