Aunque nació en Lugano, Suiza, Roberto Ruspoli (1972) creció y estudió en Roma, en el Liceo Clásico, rodeado de esa grande bellezza que tan bien reflejan sus frescos y dibujos repartidos por hoteles y restaurantes de París y de medio mundo. "No era consciente de niño, no estaba obsesionado con el mundo antiguo, pero de forma natural esa huella estética se quedó dentro de mí", nos cuenta. A los 18 años cogió la maleta para inscribirse en la School of Visual Arts de Nueva York, y más tarde vivió en Inglaterra y Francia.
"A veces es necesario irse para entender quién eres", sigue. Ruspoli se considera artista "en el sentido tradicional de la palabra. Me interesa el diseño, pero también la pintura y el interiorismo. No segmento, no etiqueto", explica. El cuerpo humano es su principal inspiración: "Para mí es la síntesis de la belleza, como lo era para Miguel Ángel, una alegoría de lo que somos".
A Roberto le gusta trabajar sobre la marcha, a partir de un pequeño boceto inicial que después modifica in situ. "El verdadero arte surge en el momento, se libera mientras lo estás creando, que es cuando aparecen caminos inesperados que no habías planeado", asegura.
Eterno retorno
Aunque viaja constantemente, su vida gira en torno a dos ciudades que ama por encima de todas: París, donde se ubica su taller principal, y Roma, a la que vuelve para descansar, meditar y reflexionar en su segundo atelier. Trabaja para interioristas de todo el mundo, y este último Salone del Mobile le llamó Vincent Van Duysen, director creativo de la italiana Molteni & C, para que creara los sets de su estand donde presentaba su colección Grand Tour. "Soy un hombre clásico atrapado en el ritmo frenético del siglo XXI, pero a mí lo que me gustaría es volver a los veranos de la infancia, eternos y plácidos", nos explica por teléfono desde Capri, donde acaba de rematar un fresco en el hotel La Palma.