A la ceramista Lola Rivière le resulta difícil separar las artes plásticas de su vida. Para ella, nacida en Barcelona (1958), arte y artesanía conviven y forman un todo. “Es mi herramienta de búsqueda, un espacio más de mi vida”, dice. Desde niña jugaba a hacer formas con el barro después de la lluvia, atrapada por la experimentación táctil de la tierra mojada. Esta imagen poética dice mucho de su trabajo.
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“Lo que hago va muy unido a la búsqueda de la belleza y la estética”, añade. Explica que ese vínculo es tan fuerte “porque es una búsqueda dearmonía y equilibrio, que están muy conectados con la naturaleza”. Más que inspiración, con ella experimenta una interacción; se siente parte de ella, y por eso sus piezas son simples, ligeras de artificios y llenas de múltiples texturas y sutiles matices.
Estudió cerámica en la Escuela Massana de Barcelona, donde se familiarizó con engobes, pátinas, esmaltes y óxidos y con la cocción. A la vez que estudiaba, trabajó con la escultora Paloma González, y montó su primer taller. A los 25 años se licenció en Bellas Artes, en la especialidad de Pintura. El contacto con esta disciplina se aprecia “en las superficies de mi cerámica, que se ha ido simplificando en cuanto a la forma, pero haciéndose más rica en las texturas”.
Tras experimentar con el moldeado, descubrió técnicas, materiales y formas. Desde ahí llegó al esmalte con tierras coloreadas y al óxido, fascinada por los colores, matices y brillos satinados que, con el tiempo, desembocaron en formas “más simples para dar más importancia a la superficie cerámica”.
Desde que abrió su actual taller en 2005 se ha centrado en trabajar el gres y la alta temperatura.
“Pinto y cuezo varias veces con el fin de ir buscando transparencia, creando matices por superposición de colores para conseguir diferentes tonos y gamas; rasco algunas partes, creo formas con trocitos y me sirvo de la espontaneidad. Lo ortodoxo es otra cosa”.
En el taller, cercano a su casa, diseñado por ella y donde a veces imparte algún curso monográfico, trabaja por las mañanas, cuando la luz natural lo inunda todo y el oficio exige más concentración y fuerza. Una vez que el trabajo está avanzado, alarga la labor hasta la noche para concluir los acabados. Del torno, la plancha y el churro, las técnicas que emplea, salen sus obras de gres y refractario cocidas siempre a alta temperatura.
Por un lado, vajillas con esmaltes satinados sumergidas o pintadas con pincel, como las que se exhiben en Azul Tierra, algunas en colaboración con Toni Espuch, y en el estudio de arquitectura Espai Rö; por otro, piezas únicas, escultóricas y orgánicas que exponen galerías como Pigment (Barcelona), Tramuntana (Girona), Pepnot (Baleares) y Vilaseco (A Coruña).
Estas últimas se inspiran en las cerámicas de culturas prehistóricas, precolombina y japonesa: “Con su sencillez y belleza muestran la erosión del paso del tiempo y encierran el misterio de su historia”.