La infancia es una época de descubrimiento, de juegos sin límites, de imaginación desbordante. Es en esos años donde se siembra el carácter, la sensibilidad y el pensamiento que nos acompañará toda la vida. Sin embargo, para millones de niños y jóvenes, esta etapa transcurre entre muros grises, pupitres alineados y rutinas que rara vez apelan a la sorpresa o la emoción. En este contexto, el arquitecto coreano Inu Lee lanza una reflexión necesaria: si queremos cambiar nuestra sociedad, debemos empezar por repensar los espacios donde crecen nuestros hijos.
Con una visión multidisciplinar e internacional, Inu Lee ha dedicado buena parte de su trabajo a investigar cómo los entornos físicos afectan al desarrollo infantil. En una reciente intervención viral, compara la escuela con la cárcel. Puede sonar exagerado, pero cuando desgrana su argumento, cuesta rebatirlo.
Lo que las escuelas tienen en común con las cárceles, según el arquitecto Inu Lee
Uniformes iguales, comida igual, mismos horarios, mismos espacios y un currículo idéntico durante más de una década. Así resume Inu Lee su crítica a los centros educativos actuales. "El único lugar que conozco con las mismas características que las escuelas es la cárcel", sentencia. Su afirmación no es solo una crítica al contenido educativo, sino, sobre todo, a la arquitectura que lo sustenta.
Durante los años más plásticos del ser humano, en los que se moldea el carácter, el entorno debería ser una fuente constante de estímulos y descubrimiento. Pero la mayoría de los colegios actuales opina Lee, replican un patrón repetitivo: “Salones idénticos, pasillos interminables, paredes blancas, sin vistas a la naturaleza, sin oportunidades para interactuar con lo inesperado”.
El espacio también educa
Para Lee, la arquitectura no es un fondo neutro donde ocurren las cosas, sino un actor principal en el proceso educativo. En sus palabras, la escuela debería ser un lugar de juego, de colaboración espontánea, de exploración. "Pasamos 12 años en estos espacios y luego, al salir, nos dicen que busquemos nuestra identidad, que sigamos nuestra pasión. Pero ¿cómo hacerlo si llevamos más de una década moldeados por la uniformidad?".
La clave está en ofrecer entornos flexibles, abiertos, vivos. Espacios que se adapten a los alumnos y no al revés. En lugar de aulas cerradas, propone talleres multidisciplinares donde se trabaje con las manos, se experimente, se falle, se descubra. Espacios que permitan reconfigurarse constantemente, como el célebre Edificio 20 del MIT, que fue cuna de innumerables innovaciones precisamente por su flexibilidad y por facilitar la interacción entre disciplinas diversas.
Hacia una arquitectura que libere
Naturaleza, creatividad y movimiento
Inu Lee propone incorporar a la escuela elementos que habitualmente asociamos al ocio o al campo. Desde huertos escolares donde cultivar verduras hasta zonas con animales, senderos naturales y mobiliario modular que fomente el movimiento y la experimentación. "Los niños no deberían pasar la mayor parte de su vida encerrados. Necesitan aire libre, contacto con la tierra, con el agua, con otros cuerpos en movimiento", explica.
También señala el valor de la improvisación y la libertad: zonas para esconderse, para trepar, para inventar juegos. Como cuando él, de niño, construía su propio búnker con sábanas y agujeros en el suelo. Esos recuerdos, dice, son los que realmente forman a una persona.
El reto de diseñar sin matar la imaginación

Colegio Alemán de Madrid (2015). Proyecto: Grüntuch Ernst Architects
Luis García / Wikimedia Commons
La altura de los techos, la apertura de los ventanales, la posibilidad de modificar los espacios: todo influye. Estudios recientes respaldan su visión. Ambientes más amplios promueven pensamientos abstractos; espacios adaptables estimulan la creatividad. Pero más allá de lo técnico, la pregunta de fondo es filosófica: ¿queremos formar ciudadanos obedientes o individuos capaces de imaginar un mundo distinto?