Los cabeceros han pasado de ser algo que poníamos entre la cama y la pared para proteger la segunda y apoyar la cabeza para leer, a convertirse en verdaderos dueños y señores del dormitorio. Y eso que su historia se remonta a la antigüedad, cuando las civilizaciones egipcia y griega comenzaron a utilizarlos no solo como un componente decorativo, sino también por sus beneficios prácticos. Originalmente, los cabeceros se diseñaron para aislar a las personas del frío y las corrientes de aire, ya que las paredes de las casas antiguas eran frías y, a menudo, de piedra o adobe. Al elevar la cama y añadir un cabecero, se creaba una barrera que ayudaba a mantener el calor en la zona de descanso.
En la Edad Media, evolucionaron volviéndose más elaborados y ostentosos, especialmente entre la nobleza, siendo grandes y decorados con intrincadas tallas de madera, tapices y adornos metálicos, reflejando el estatus social y la riqueza de sus propietarios. Durante el Renacimiento y el Barroco, los cabeceros continuaron siendo símbolos de opulencia, con diseños aún más detallados y exuberantes. En el siglo XVIII, les democratizaron con la Revolución Industrial, que permitió la producción en masa de muebles y accesibilidad a una mayor variedad de materiales. Desde entonces, los cabeceros han evolucionado para adaptarse a las tendencias de diseño y las necesidades funcionales. Con este currículum, imposible resistirse a querer uno, como les pasa a nuestros expertos consultados.
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