Circularidad y descarbonización son conceptos recurrentes en el trabajo de Mario Cucinella (Palermo, 1960). El arquitecto italiano es un reconocido líder global en prácticas sostenibles que van desde edificios diseñados de manera específica atendiendo al lugar a complejos planes de ordenación urbana; sin olvidar su labor docente al frente de la School Of Sustainability (SOS) que fundó en 2015 en el seno de su propio estudio para formar a los jóvenes profesionales en cuestiones ambientales con un enfoque abierto y holístico.
Le entrevistamos al pie de su instalación Sparking Change, en el claustro de la Università degli Studi de Milán, creada para Roca en el marco del Salone 2024; 1.200 bloques cerámicos impresos en 3D que evocan uno de los hitos sostenibles de Roca Group: la reciente puesta en marcha en la planta de la firma Laufen en Gmunden (Austria) del primer horno túnel eléctrico del mundo para la producción de cerámica
sanitaria, con un balance de emisiones cero. Comentando el proyecto, Cucinella dice: “Me sorprendió de este horno eléctrico que utiliza energía renovable la atención a la temperatura con la que se cuecen los elementos, que resulta fundamental para la calidad del resultado final. Contar Roca sin el producto es difícil, pero hemos querido expresar arquitectónicamente la idea de la curva de temperatura del proceso. La estructura está realizada con elementos componibles en seco, cuya composición es en un 50 % arcilla virgen y el resto, descartes del mismo material de la producción de Roca”.
En Sparking Change ha utilizado la impresión 3D que ya ensayó en su famosa casa TECLA. ¿Es esta tecnología la solución definitiva para llegar una arquitectura más limpia?
Quizá la impresión 3D de edificios no sea una alternativa completa, y no tengo claro que en el futuro sea la única vía, pero sí puede ser válida para el mercado de las viviendas unifamiliares, que hoy ya pueden imprimirse enteramente en hormigón. TECLA fue una propuesta innovadora en el sentido de que utilizaba un material milenario y disponible in situ, la tierra, y la instalación de Roca es otro ejemplo de cómo imprimir un elemento elemental en la construcción como los ladrillos de forma rápida (cada pieza se realiza en 20 minutos). Además, la tecnología digital permite diseñar y fabricar componentes más complejos que los tradicionales
¿Puede el 3D crear edificios en altura para contribuir a ciudades más densificadas, que muchos ven más ecológicas frente al modelo extensivo de la ciudad jardín?
Hoy la construcción en altura está muy industrializada, con elementos prefabricados para ir más deprisa. Por eso no hay que excluir que, al menos, las partes que necesiten cemento puedan imprimirse en 3D. En relación a la disyuntiva entre ciudad densa y ciudad jardín hay que decir que presenta paradojas. Es cierto que la primera parece más sostenible, porque todo está más cerca, se necesita menos energía para el transporte y se ocupa menos territorio. Pero, por otro lado, una ciudad necesita vegetación. No solo importa la densidad constructiva, sino también la calidad de lo cotidiano. Quizás haya un camino intermedio: la ciudad densificada, pero ampliada, que contenga dentro parques y vías arboladas. No se trata de elegir un modelo u otro, sino de crear una complejidad híbrida. Necesitamos a la vez velocidad y lentitud.
De momento la construcción 3D solo emplea materiales de origen mineral –arcilla, cemento–. ¿Qué hay de la madera, considerada el material sostenible por antonomasia?
Ante todo hay que decir que el hormigón ha experimentado una gran evolución. Los grandes fabricantes están trabajando en la reducción de la cantidad de cemento, porque saben que a largo plazo habrá un problema con él a causa de sus emisiones. En TECLA, por ejemplo, experimentamos con una composición de 15 % de cemento y 85 % de tierra. Está claro que con eso no vamos a construir un rascacielos, pero cualquier viaje comienza siempre con la experimentación.
Por otro lado, si quisiéramos construirlo todo con madera tendríamos que decidir si queremos conservar los bosques o talarlos. La clave es la gestión progresiva de este recurso, plantar a medida que se tala. Hay que tener en cuenta que algunos ciclos de crecimiento de especies comerciales duran hasta 30 años. En Europa tal vez sí podamos utilizarla en mayor abundancia porque con la crisis demográfica del continente ya no será necesario construir tanto. Pero no podemos fiar la solución de todos los problemas a un solo material.
Afirma que hay que fijarse en el pasado para construir el futuro. ¿Qué es lo que debemos aprender de la historia?
No miro al pasado con nostalgia. Tenemos delante una agenda en el horizonte del 2050 en el que queremos reducir hasta el 85 % las emisiones de CO2. Estamos hablando de emplear siempre menos energía. Y resulta que durante muchos siglos el hombre no ha tenido la cantidad de energía de que disponemos ahora. Por eso me pregunto: ¿Por qué no estudiamos cómo hemos hecho edificios sin energía durante todo ese tiempo? No se trata de reproducir la forma de hacer de épocas pretéritas, sino de extraer de ellas el conocimiento que se basaba en la relación que había con el clima y la materia.
También ha criticado la excesiva homogeneización de la práctica arquitectónica, sin importar el lugar...
Construir de modo igual en todo el mundo ha sido el sueño de la arquitectura contemporánea, pero en el proceso hemos borrado la diversidad cultural; hemos desembocado en un mundo más pequeño. Sin embargo, en los últimos años han surgido muchos profesionales jóvenes en todo el planeta que han empezado a ver su trabajo en un contexto específico, que han aprendido a conjugar la arquitectura contemporánea con la historia.
Creo que hemos comenzado a superar esta obsesión por ser iguales a nivel global en favor de la especificidad. Soy italiano, trabajo en Italia y tengo una mirada mediterránea. Vivimos en un contexto muy historificado, que no se da en otros países. En Europa deberíamos utilizar la arquitectura con mucha más cautela; no podemos interrumpir el diálogo con el pasado.