Charles-Édouard Jeanneret (1887-1965), más conocido fuera de su casa como Le Corbusier, casi no necesita presentación. El autor de muchas de las consideradas joyas de la arquitectura del siglo XX destacó principalmente por su profesión de arquitecto y urbanista, siendo su obra de importante trascendencia como motor de impulsión del movimiento moderno. Con todo, Le Corbusier resulta difícilmente clasificable como creador. Numerosas veces descrito como inventor, promotor, diseñador, filósofo, escritor y poeta (además de agitador y polemista), el genio también pintaba.
La Galería Guillermo de Osma de Madrid recoge del 1 de febrero al 25 de marzo de 2018 una colección con más de 20 de sus obras entre pinturas, dibujos y collages. La muestra ofrece un repaso de la inquietud creativa e impulso plástico del artista durante los últimos 30 años de su vida.
Para Le Corbusier, considerado la quintaesencia de la figura del arquitecto –las gafas de pasta nunca tuvieron un dueño más digno–, la pintura era en cierto modo un “laboratorio secreto” en el que desarrollar las ideas para sus obras inmobiliarias. No obstante, su intención fue siempre la de cultivar ambas facetas de manera independiente. El lienzo le ofrecía un campo experimental más libre, más plástico y más expresivo con el que satisfacer su curiosidad e inquietudes artísticas.
La exposición muestra a un Le Corbusier creativo y desenfadado, que experimenta con diferentes técnicas y estilos superpuestos, inspirado por nuevas líneas de investigación. Las obras reflejan un profundo interés por la naturaleza y la figura humana, en especial la del cuerpo de la mujer, abandonando gradualmente los rasgos puristas y desarrollando un nuevo catálogo de gestos, más rico e interdisciplinar.
También se recogen en la muestra una serie de piezas de mobiliario obra del artista, correspondiente a la época en la que diseñaba junto a Pierre Jeannerete y Charlotte Perriad, a partir de 1925.
Le Corbusier. Arte y Diseño es sin duda una preciosa ocasión de conocer en profundidad al polifacético personaje, más allá de sus aportaciones en el campo de la arquitectura. El arquitecto, representado siempre vestido de traje y corbata entre escuadras y compases, poco tiene que ver con su alter ego, el pintor que se deja fotografiar desnudo.