La exposición Les Nabis et le décor (Museo de Luxemburgo) es la primera que reúne la obra completa peculiar de este grupo, compuesto por Pierre Bonnard, Maurice Denis, Édouard Vuillard, entre otros. Y es una fiesta de la decoración como arte. Sobre todo, una fiesta que celebra una sofisticada voladura de la frontera que separaba las bellas artes de las artes decorativas. Esta es la revolución de los Nabis. La ornamentación de los objetos más cotidianos -una caja de cigarros, un plato, un biombo, una puerta o un vestido- tienen tanto valor estético como un cuadro de caballete. Telas, papeles pintados, tapicería, cerámica, vitrales, paneles decorativos que los Nabis diseñan y que incluyen, entretejidos, entrañablemente fundidos con las figuras humanas, en sus cuadros de interiores. También, la naturaleza y las siluetas de paseantes pertenecen al mismo plano, en la representación de paisajes, sin “el espacio atmosférico” de los impresionistas y en plena orgía del “artificio”. La intención del arte, decían los Nabis, es “embellecer la vida”. Se trataba de embellecer su propia vida cotidiana con obras y objetos tan útiles como bellos, pero no sólo la suya: el arte –creían- debía ponerse al servicio de todos a través de la producción de objetos decorativos de uso doméstico: “Querían no sólo ennoblecer la vida, sino también “descompartimentar” la producción”, ha explicado la comisaria de esta exposición.
El afecto de los Nabis por el artificio proviene en parte de la estampa japonesa y también de la serie de tapices La Dame à la Licorne (siglo XV), que estos artistas solían visitar en el Museo Cluny. Reminiscencia de esa tapicería mille-fleurs asoma en los interiores familiares burgueses de Édouard Vuillard, en el abigarramiento vegetal que (en papel pintado, tejidos, maderas, cerámicas…) cubre densamente toda la superficie de los cuadros. Son escenas de vida apacible y laboriosa (el piano, los libros, los útiles de costura) donde los personajes aparecen atrapados en la trama decorativa del empapelado en la pared y de los estampados textiles, en un laberinto hipnótico de hebras pigmentadas. El arte surge de la propia exuberancia decorativa: el suelo alfombrado y un cojín bulboso, la falda floreada y la blusa a rayas de la madre y la tela a rayas que la madre cose, la tetera y las tazas decoradas sobre una mesa pintada, el florero con tulipanes sobre una mesa de madera cubierta de libros y láminas que mira atento un joven, un fondo de rayas verticales (libros) sobre rayas horizontales (estantes), un empapelado floreado y un friso rítmico y oscuro (Interior, madre y hermana del artista, de Édouard Vuillard). En un entramado de valores cromáticos (ocres, pardos, rojos oscuros) que prende la mirada en lo ornamental y la conduce, como una caricia, a lo íntimo de la escena.
Por Ana Basualdo.