“The Brutalist” (2024) está levantando pasiones y ampollas a partes iguales. Donde otros directores habrían cerrado el montaje a las dos horas, Brady Corbet apuesta por más de tres horas y media de drama épico, un viaje por la vida de László Tóth, arquitecto húngaro con pasado trágico y sueños grandes. Lo que suena a delirio para algunos se ha transformado en el plato fuerte del año para los amantes de la arquitectura.
Quizá fue la Bauhaus la que en su día enseñó al mundo que menos es más, pero aquí Corbet dice: “¿por qué no cargamos la narrativa y le ponemos un objetivo descomunal?”. Y ahí tienes a László Tóth (Adrien Brody), superviviente del Holocausto, buscando nuevos cimientos en la América de posguerra con su esposa Erzsébet (Felicity Jones). El director no escatima en mostrar el contraste entre la desolación europea que László deja atrás y esa burbuja de posibilidades —no todas tan idílicas— que encuentra al otro lado del charco.
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El sueño americano en hormigón armado
Claro que nada de esto sería tan impactante sin la entrada en escena de Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), el magnate que encarga a László un monumento modernista de esos que dejan con la boca abierta. Gracias a este proyecto, Tóth se codea con las grandes esferas y empieza a percibir que el sueño americano puede ser tan tentador como venenoso. En esta dualidad se mueve la historia: lo bello de imaginar una sociedad futurista tras la guerra y la crudeza de entender que, para algunos, lo único que importa es que la obra lleve su firma (o su talonario).
Durante sus generosas tres horas y media, “The Brutalist” reflexiona sobre la identidad y la ambición. El propio Brody se ha metido de lleno en el papel, construyendo un personaje que no solo arrastra las cicatrices de Buchenwald, sino también la presión de tener que probarse a sí mismo en un país que presume de libertad pero no siempre la practica. Erzsébet, interpretada por Felicity Jones, funciona como ese pilar que sostiene la parte más humana de László, recordándonos que la arquitectura, por muy monumental que sea, no puede existir sin personas que la habiten.
Aunque la minuciosidad del guion y la interpretación de Adrien Brody podrían hacer pensar lo contrario, László Tóth nunca existió en la vida real. Su formación en la Bauhaus y su carácter son tan realistas porque Brady Corbet lo concibió como la suma de influencias de arquitectos históricos como Marcel Breuer, Louis Kahn y Paul Rudolph, quienes inspiraron distintos matices de la personalidad y obra del protagonista. Según el propio Corbet, fusionar estos referentes en un único personaje ficticio era la mejor manera de adentrarse en la atmósfera de la posguerra y reflejar la pasión por un brutalismo que, entonces, apuntaba a rehacer el mundo desde la innovación y la honestidad de los materiales.
La polémica con la IA: ¿innovación o trampa al sistema?
Aunque la crítica se haya rendido a sus pies, no todo el monte es orégano. A pesar de triunfar en festivales y ser una de las grandes favoritas al Oscar 2025 tras alzarse con el Globo de Oro, la película empieza a sentir la presión de una controversia que nada tiene que ver con lo arquitectónico. Y es que “The Brutalist” se ha sumergido en aguas turbias al revelar que parte de su posproducción requirió el uso de inteligencia artificial.
El editor Dávid Jancsó ha confesado que se empleó IA para pulir ciertos diálogos en húngaro y conseguir pronunciaciones impecables, algo que el habitual ADR (sustitución automática de diálogos) no logró del todo. Además, la inteligencia artificial se empleó en parte del diseño, aligerando costes y tiempos de producción. ¿Un atajo válido para refinar la historia y dar mayor realismo al protagonista? Puede que sí, pero en Hollywood, con las secuelas aún candentes de las huelgas de 2023, la reacción ha sido más bien agria.
Recordemos que uno de los motivos de aquellas protestas fue precisamente proteger el trabajo de guionistas y actores frente a la supuesta invasión de la IA. Para muchos, no se trata únicamente de evitar que una máquina sustituya a un intérprete, sino de mantener la esencia humana en los procesos creativos. Así las cosas, el empleo de herramientas algorítmicas no solo en la edición de audio, sino también en parte del diseño, ha provocado cierto rechazo.
Una mirada al futuro: ¿ganará a pesar de todo?
A estas alturas, “The Brutalist” sigue en las quinielas para llevarse la ansiada estatuilla. Es un filme que, por méritos artísticos y narrativos, está por encima de cualquier discusión menor. Independientemente de la controversia, “The Brutalist” ya se ha ganado un lugar en el mapa del cine contemporáneo. Su historia pone el foco en un estilo arquitectónico que, durante años, fue maltratado por considerarse áspero y poco estético, y ahora, gracias a la lente de Corbet, se reivindica su esencia honesta, sólida y transformadora.
Si la intención del brutalismo era reconfigurar los espacios desde la franqueza de los materiales, quizá esta película cumpla el mismo rol en la industria: sacudir algunos fundamentos, plantear dilemas incómodos y, de paso, recordarnos que la creación artística siempre ha sido un híbrido entre la mano humana y las herramientas disponibles.