Es difícil encontrar un equivalente a David Lynch en cualquier campo del arte, alguien capaz de transformar la percepción de lo cotidiano con un toque de surrealismo. Tomó lo aparentemente común —un vecindario, una carretera desierta, una cafetería— y lo dotó de una extraña belleza que podía resultar tan magnética como perturbadora. Ahora que nos despedimos de este genio, es imposible no sentir que su partida deja un legado impagable.
El director de Terciopelo azul (1986) y creador de Twin Peaks (1990) falleció a los 78 años, tal como confirmó su familia en un emotivo comunicado: “Hay un gran agujero en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero, como él decía, ‘Mantén la vista en la rosquilla y no en el agujero’”. Una frase que encapsula la filosofía del hombre que se dedicó a buscar luz en la oscuridad y belleza en el caos.
La dirección de arte en las películas de Lynch fue un lenguaje en sí mismo
En Eraserhead (1977), su ópera prima, la atmósfera industrial da contexto a la historia y amplifica la sensación de aislamiento y angustia. El blanco y negro de la película no es una elección meramente estilística; acentúa las texturas de los muros, el polvo en el aire, y el silencio opresivo de los espacios. El departamento de Henry Spencer, con su mobiliario minimalista y sus paredes desnudas, se convierte en una extensión de su mente perturbada.
En Terciopelo azul (1986), el contraste entre los barrios residenciales perfectos, de céspedes impecables y casas pintadas de blanco, y los oscuros espacios interiores donde Frank Booth reina como un tirano, revela la dualidad de la vida americana. Aquí, Lynch usa el color de forma magistral: el azul profundo del terciopelo, las luces rojas de los bares nocturnos y las sombras proyectadas en los interiores parecen decir tanto como los propios diálogos. Cada plano está compuesto como una pintura, con un equilibrio inquietante.
Con Twin Peaks (1990), Lynch creó un universo visual que marcó un antes y un después en la televisión. La serie nos lleva a un pequeño pueblo aparentemente idílico, donde la madera rústica y las lámparas cálidas esconden una atmósfera de constante amenaza. El uso de elementos icónicos como las cortinas rojas, el piso zigzagueante de la Logia Negra o el ventilador girando lentamente en la casa de los Palmer son ejemplos de cómo Lynch utiliza el diseño de producción para generar emociones profundas. Cada detalle en Twin Peaks está cuidadosamente pensado: desde las tazas de café que parecen inofensivas hasta los pasillos infinitos que sugieren dimensiones paralelas.
La meticulosidad de Mullholland Drive y Lost Highway
En Mullholland Drive (2001), Lynch nos lleva a un Los Ángeles, un lugar que parece a la vez un sueño y una pesadilla. Las mansiones de Hollywood Hills, con su opulencia silenciosa, contrastan con los apartamentos más humildes, llenos de detalles teatrales que refuerzan el carácter de los personajes. Aquí, los espejos y los reflejos tienen un papel central.
En Lost Highway (1997), los interiores minimalistas y fríos enfatizan la desconexión emocional de los personajes. Lynch juega con la iluminación para crear un efecto hipnótico: luces que parpadean, sombras que se alargan de manera antinatural, y espacios que parecen expandirse y contraerse con la narrativa.
Hoy despedimos a David Lynch, pero sus escenarios seguirán siendo una referencia para quienes buscan contar historias a través del espacio. Lynch nos enseñó mucho, entre otras cosas, que todo en un espacio importa.