En la calle Mallorca 275, en el corazón de l'Eixample, se encuentra el Rilke, restaurante con nombre de poeta. Y algo de Praga -lugar de nacimiento de Rilke- hay en este local con interiores suntuosos y atmósfera mágica.

La entrada es una declaración de intenciones. Butacas de terciopelo azul y naranja ponen la nota de color en un espacio con cuatro columnas enmarcando la barra. Pero lo más precioso está aún por llegar. Solo hay que elevar la mirada unos centímetros para disfrutar de un techo adornado con molduras y rematado con una cristalera en tonos azules; un regalo inesperado.

El comedor es acogedor, con una colección de lámparas aportando una luz cálida y respetuosa. El azul navega por las paredes, por las butacas y por los bancos, que invitan a tener una conversación sosegada. El suelo, de parqué, contribuye a crear este ambiente sofisticado, casi literario y un poco versallesco.

A un lado encontramos la sala Mallorca, que no sabemos si se llama así por la calle o por la isla. En ambos casos, sería un tributo. Sobre una mesa rectangular, cae un conjunto de lámparas en forma de lágrima que aportan la nota sensible. Las molduras (de nuevo) en techos y paredes, un espejo apaisado con el marco dorado o un aparador de mármol con las puertas acristaladas reúnen todos los alicientes para hacer de esta sala un lugar de encuentros memorables.

Pero el Rilke no termina en sus paredes, sino que es un restaurante con mucha vida exterior. La que ofrece el espectacular jardín que esconde, y que es un compendio de belleza gracias a una estatua de figura grácil, una relajante y conmovedora fuente y el frescor que aportan las hojas de los árboles, minuciosamente plantados por un paisajista experto. Aún no hemos hablado de la carta. Dejaremos que la descubras tú mismo.