Cuando los visitantes accedan a la primera retrospectiva de Donald Judd que se ha montado en los Estados Unidos en los últimos treinta años, que acaba de inaugurarse en el MoMA de Nueva York y permanecerá abierta hasta el 11 de julio, lo primero con lo que se encontrarán no será ninguna de sus icónicas esculturas minimalistas: justo a la entrada de la exposición verán creaciones que realizó para amueblar sus propias casas, lo que habla a las claras sobre la importancia de sus muebles a los ojos de los comisarios artísticos.
Judd, que falleció en 1994 a la temprana edad de 65 años, despotricaba contra el término «minimalismo», pero esa especie de cajas de metal galvanizado montadas (a la manera de estanterías) en las paredes o esos grandes espacios llenos de cubos reflectantes alineados meticulosamente, representaban mucho con muy poco. El artista nunca se rodeó de curvas «barrocas» ni de ningún tipo de decoración superflua. Los muebles que diseñó para su propio uso eran austeros y explícitos, y tan prosaicos como silenciosamente hermosos. Se puede percibir su mente trabajando tercamente sobre esa misma idea: si puedes sentarte en un cubo, ahí lo tienes: eso es una silla. Si puedes dormir sobre una plataforma de madera, eso es una cama. Sus inflexibles diseños de mobiliario –disponibles para su compra a través de la web de su fundación– han resultado tan influyentes como su obra de arte. «Era muy importante para nosotros señalar que la visión de Judd se extendía más allá de la escultura, hasta el diseño –ha dicho Ann Temkin, comisaria jefe de pintura y escultura en el MoMA–. Queríamos que nuestros visitantes experimentaran de primera mano ese aspecto de su trabajo».
A principios de los años setenta del siglo pasado, Donald Judd comenzó a diseñar muebles para el espacio que tenía en el 101 de la calle Spring de Nueva York. Sus primeros diseños fueron una cama de madera y un lavabo de metal. En 1977 volvió, por necesidad, al diseño de muebles: los necesitaba para las habitaciones de sus hijos en Marfa, Texas, así como elementos para el resto de la residencia. En 1984 Judd ya había diseñado toda una gama de muebles de madera, entre los que figuraban una cama, un escritorio y un sofá cama; y muebles de metal como sillas, bancos, camas y una mesa. Ese mismo año, Judd se celebró su primera exposición de muebles de metal en Max Protetch, en Nueva York. De 1984 a 1993 siguió desarrollando nuevos diseños y comenzó a escribir en términos más teóricos y académicos sobre mobiliario y su enfoque con respecto al diseño, fabricación, ventas y distribución.
En los diseños de Judd resultan fundamentales sus especificaciones con respecto a las dimensiones, el tipo de material, el acabado y la elaboración de cada pieza. Judd especificó que la calidad debería ser la máxima, un enfoque que tenía en cuenta que la fabricación de los muebles precisaba de la experiencia y el trabajo manual de expertos carpinteros y maestros artesanos. Él eligió los fabricantes a los que confió la interpretación de sus diseños, trabajando directamente con ellos para desarrollar y ajustar el nivel de calidad deseado.
Judd describió sus preocupaciones acerca de la fabricación, distribución y exhibición de sus muebles en It's Hard To Find A Good Lamp, un ensayo escrito para el catálogo del Museo Boymans-van Beuningen en 1993. Judd mantenía que la distribución a pequeña escala era un elemento esencial del proceso. La Fundación Judd, que se encarga de conservar su legado y a cuyo frente se encuentran sus hijos, Rainer y Flavin Judd, como presidenta y director artístico, respectivamente, ha seguido produciendo sus diseños de muebles y cada pieza es fabricada meticulosamente tal y como fue diseñada originalmente por el artista.