"El papel es una hoja en blanco llena de posibilidades; con él es posible pasar de la segunda a la tercera dimensión; es mágico y, para mí, está muy relacionado con la cerámica". Lo dice con voz suave, pero firme, Elena Sáiz (Madrid, 1979), fundadora de Singular Paper. A este deslumbramiento llegó por una serie de casualidades y lo ha convertido en profesión.
La primera serendipia fue estudiando Historia del Arte en la Universidad Autónoma de su ciudad. Solo quedaban plazas en la especialidad de arte chino. "Fue una revelación; se me abrió un nuevo mundo de filosofía y estética". Ahí comenzó su amor por la porcelana que acrecentó catalogando durante años las colecciones del Museo de Artes Decorativas. Por eso muchas de sus piezas de papel replican las formas de jarrones o búcaros y el resto tienen la apariencia vítrea, traslúcida y delicada de la bone china.
Otro hito vital fue trabajar en una biblioteca pública infantil. Rodeada de papel comenzó a plegar y moldear para decorar las salas y poco después broches, tocados o diademas que vendía en tiendas. A Elena le empezaron a llamar revistas de decoración y de estilo de vida para que crease sets para bodegones y reportajes. "Ahora veo eso algo ñoño. Pero durante el confinamiento puse orden y escribí un manifiesto en defensa del papel, que pasa tan desapercibido y es tan versátil, y quise relacionarlo con mi pasión por los objetos bellos".
Dejó su trabajo como estilista y se lanzó a crear origamis esculturales. "No me gusta la palabra papiroflexia; es más destreza técnica y no profundiza. El origami, en cambio, es un concepto taoísta más evocativo. Su orígenes son las ofrendas que se hacían en los templos de figuritas animales, vegetales o abstractas, y está más relacionado con la naturaleza", explica.
En esta nueva etapa ha hecho nubes de dioses-pájaro para los escaparates de Loewe, flores coloridas para los de las joyerías Suárez o invitaciones para Martín Berasategui, y obras únicas que encapsula en vitrinas para desafiar su fragilidad, como dice en su manifiesto, su granito de arena para que nos sigamos sintiendo humanos en un mundo tan tecnológico.