Dirigir y dosificar la luz para generar interiores luminosos, pero libres de deslumbramientos, es solo uno de los muchos logros del arquitecto Ramón Esteve en la Casa Vents de Valencia, un envoltorio de hormigón con unos pronunciados voladizos que lo aligeran y le imprimen carácter. El estilismo de esta vivienda es obra de Magda Martínez.
Tal vez porque nació en agosto (y en el Mediterráneo), Ramón Esteve disfruta proyectando espacios con abundante luz natural. El último es Casa Vents –Casa Vientos–, cerca de su Valencia natal, de la que no se marcha por mucho que crezca su despacho.
Y como van bien servidos de luz natural por esas latitudes, lo que ha hecho el arquitecto en esta obra de 1.157 m2 es conducirla y modularla para que su presencia sea bienvenida en los interiores.
"La arquitectura contemporánea viene del centro y del norte de Europa, pero cuando la convertimos en mediterránea hay que tamizar la luz –asegura–. Aquí está muy controlada. Entra cuando tiene que entrar y está protegida cuando tiene que estarlo. Las enormes cristaleras están detrás de grandes sombras".
Si quieres estar al día de todo lo que publicamos en Arquitectura y Diseño, suscríbete a nuestra newsletter.
Y los árboles también están colocados estratégicamente para cumplir esta función de filtro. El volumen luce su encanto en incorruptible blanco (su color favorito), solamente interrumpido por la carpintería de madera de castaño. La geometría llega a su punto álgido a través de un voladizo que actúa como el perfecto robaescenas.
La piscina, que en la arquitectura de Ramón Esteve es un elemento fundamental, da aquí un giro de 180º y se presenta longitudinal, perpendicular al salón, a poca distancia de una montaña que también participa de esta gran fiesta de los sentidos. En plano general o en encuadre más corto, mires donde mires, hay belleza.
La hay en el paisajismo –en colaboración con Gustavo Marina–, con una inversión en árboles recuperados (encinas, algarrobos) en una parcela que carecía de ellos. Y la hay en el interior, con dos plantas (tres, si contamos el sótano), una distribución clásica –zona de día en planta baja y dormitorios y estudio arriba– y un elemento, la chimenea, que el arquitecto describe como unos brazos que van recogiendo el programa generando particiones.
"Cuanto más divides un espacio, más lo multiplicas", argumenta. Arriba, la madera de roble blanqueada da continuidad a las habitaciones (la de los adultos y las infantiles) y los baños, creando esa coherencia serena que es la antesala de la felicidad.