Quien esto escribe tiene un secreto inconfesable que compartir con el lector: disfrutó como un enano –perdón por la incorrección de la expresión– viendo las tres temporadas que hasta el momento se han emitido de la serie Cobra Kai, la producción de Netflix que continúa en la época actual la saga cinematográfica Karate Kid, de la que se hicieron cuatro películas entre 1984 y 1994, más un remake del mismo título en 2010. Quizás porque, como adolescente de la época, quedó fascinado por la historia de superación del personaje encarnado por Ralph Macchio, resumida en el famoso mantra "dar cera, pulir cera" como método de aprendizaje y sacrificio que le inculcó Pat Morita en el papel del señor Miyagi, su maestro sensei en la ficción.
Con un delicioso aroma vintage en el desarrollo de las tramas, propio de las historias de adolescentes de los años ochenta, Cobra Kai engancha porque habla de valores universales como el arrepentimiento, la redención, la solidaridad y la amistad. De "malos" originales que maduran con el tiempo y son capaces de cambiar, y de "buenos" que no lo son tanto y revelan defectos y debilidades humanas.
Lo curioso es que la ficción, tanto en la saga cinematográfica como en la serie, transcurre en el Valle de San Fernando, al norte del área metropolitana de Los Angeles, cuando en realidad Cobra Kai se filmó en gran parte en Atlanta, la ciudad más importante del estado de Georgia. Allí se ubica la mansión de un Karate Kid que en su madurez ha prosperado como vendedor de coches.
Ahora, la vivienda, bautizada como Villa Flora, ha sido puesta a la venta por un precio inicial de 2,65 millones de dólares (2,20 millones de euros). De estilo toscano –fruto de la experiencia de sus propietarios como residentes durante un tiempo en la costa amalfitana de Italia–, la casa dispone de seis dormitorios y siete baños. Precisamente su arquitectura de inspiración mediterránea permitió que funcionara perfectamente como escenario californiano para la serie ya que es un estilo muy extendido en el sur de ese estado.
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