En el mundo digital, el impacto ambiental queda fuera de la vista por lejano, por indirecto o por oculto. Es irónico que en la era de la información y los datos, las referencias sobre la sostenibilidad de lo digital resulten inaccesibles. ¿Qué huella estamos generando con ese ecosistema digital que hemos construido aparentemente desmaterializado? Si bien al dejar de utilizar soportes convencionales, como el papel de los libros o el plástico de los discos de música y vídeo, dejamos de usar unos recursos materiales concretos, los soportes electrónicos para reproducir su equivalente digital requieren de la extracción de mineralesraros y escasos de elevada toxicidad y baja reciclabilidad que, para colmo, en gran medida se encuentran en regiones del planeta con elevada conflictividad política y social. Un cóctel explosivo que debería hacer reflexionar sobre qué significa la banalización de lo digital en una sociedad sostenible.
Desde los años sesenta se han ido desarrollando la idea y la tecnología precursoras del Internet moderno que se lanzó en la década de 1990: la World Wide Web. Un sistema muy limitado, pero que ya anticipaba las potencialidades del transporte de información a larga distancia de manera simultánea. Así, de los 40 ordenadores conectados que iniciaron la red se pasó en cuestión de treinta años a un millón de ordenadores en 1996. Diez años más tarde, la cifra alcanzaba los mil millones y otros diez años después, en 2020, ya había diez mil millones de dispositivos conectados, muchos más que habitantes tiene el planeta. Un crecimiento exponencial claramente insostenible y desbocado que aún no ha tocado techo. Uno de los principales motivos de este crecimiento ha sido la expansión del smartphone y la conectividad portátil. Tradicionalmente se ha considerado como punto de arranque de esta nueva era de la información el lanzamiento comercial del iPhone por parte de Apple en la década de 2000, y a Steve Jobs, cofundador de la marca de la manzana, como su factótum principal. Sin embargo, desde 1992 ya existía el teléfono móvil con conexión a Internet.
Internet y lo digital han permitido evitar viajes prescindibles y optimizar el transporte de la información. Esta realidad tiene un gran efecto en ahorro de tiempos y de consumo de recursos, es indudable; pero ¿es sostenible el uso que hacemos de Internet? Existe la imagen colectiva de que lo digital y todo aquello que tiene que ver con realizar a través de la pantalla lo que antes hacíamos en papel, DVD o vinilo es ecológico. Pero, como le pasó al Titanic, chocamos con el iceberg de la realidad. ¿Realmente lo digital ha desmaterializado nuestras necesidades? 1.500 millones de smartphones y 300 millones de ordenadores al año, casi 10.000 millones de routers u otros aparatos de conexión... Se ha evitado el consumo de mucho papel, es posible. Y su generación como residuo también. Pero no hemos sido conscientes como sociedad del gravísimo impacto ambiental que generan los minerales raros necesarios para la electrónica, la toxicidad de los procesos, la ingente cantidad de energía consumida... Por si fuera poco, la vida útil media de los aparatos electrónicos es de 18 meses, por lo que cada año y medio se vuelve a repetir todo el proceso. Por si había alguna duda: Internet y lo digital tal y como se plantean en la actualidad no son sostenibles desde ningún punto de vista.
Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿qué contamina más, leer esta revista en digital o en papel? Según varios estudios que se han publicado en la última década, la lectura en Internet durante 30 minutos genera un 20% más de impacto ambiental que la producción del papel impreso equivalente. Y esto sin tener en cuenta que el dispositivo electrónico también supone un impacto ambiental y que la revista o periódico se puede leer varias veces o por diferentes personas, con lo que la diferencia de impacto sería aún mayor. También es cierto que si la publicación en papel es de larga distancia y enviada con urgencia por avión, el balance ambiental obviamente cambia, pero podríamos asegurar que una revista de tirada nacional, leída y releída, es un producto más ecológico que su versión online y, a la postre, una experiencia mucho más enriquecedora.
¿Sabías que si Internet fuera un país estaría entre los diez más contaminantes del mundo? ¿Y que YouTube es la empresa que más energía consume a nivel global? Toda la ingente cantidad de información contenida en la nube y distribuida por las redes del ciberespacio, al final, acaba siendo contenida en un soporte material. Los inmensos servidores donde se almacenan los datos requieren de extraordinarias cantidades de energíapara permanecer en funcionamiento a una temperatura óptima las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y los 365 días al año. Diversos estudios han cuantificado su consumo en alrededor del 7% del total de la electricidad consumida en el mundo. Para entendernos, es como multiplicar por cinco la demanda eléctrica de un país como España cada año. Y como la electricidad mayoritariamente está basada en la combustión de recursos como el petróleo, el carbón o el gas, las emisiones de CO2 asociadas son igualmente insostenibles. Según los últimos estudios, todo el entramado de Internet puede considerarse como latercera industria en niveles de contaminación, solo después del sector petrolero y la moda.
Como ocurre con casi todo, el principal problema está en el abuso y en el crecimiento infinito que propone el actual sistema socioeconómico. Internet es una herramienta con indudables ventajas. En esta nueva era que nos ha tocado vivir, la conexión a Internet ha permitido que el distanciamiento social sea más llevadero gracias a las videollamadas, que el teletrabajo sea una realidad e, incluso, que la compra online dé una mayor autonomía a personas con movilidad reducida o de edad avanzada. El intercambio de información a la velocidad de la luz ha permitido agilizar las redes de conocimiento hasta un ritmo jamás conocido que, indudablemente, ha dado lugar a una sucesión de avances trascendentes para el mundo. Pero, como ocurre en todo, que una cara positiva no nos haga mirar hacia otro lado y obviemos las problemáticas asociadas a un mal uso.