Minimalismo millonario: el curioso caso de las mansiones clonadas de las estrellas del balón
Piscina infinita, paredes blancas, ventanales de suelo a techo y un garaje más grande que un concesionario de lujo. No importa si juegan en la Premier o en LaLiga, si son delanteros explosivos o centrales impenetrables: la casa de un futbolista siempre sigue la misma receta. ¿Casualidad? Para nada.
Hubo un tiempo en el que las grandes estrellas del fútbol soñaban con castillos. Literalmente. Beckham compró una mansión inglesa del siglo XIX con nombre propio (“Beckingham Palace”), y Ronaldo Nazário vivió en una villa barroca con columnas y frescos en el techo. Hoy, la tendencia ha cambiado: las casas de los futbolistas parecen más bien showrooms de inmobiliarias de lujo.
El guion es inamovible:
- Arquitectura de líneas puras, tan minimalista que a veces parece inacabada.
- Fachada blanca con enormes ventanales. Cuanto más vidrio, mejor.
- Piscina infinity, aunque vivan en Manchester y llueva 250 días al año.
- Salón de doble altura con un sofá kilométrico en tonos neutros.
- OPCIONAL: Cuadro de sí mismos en acción.
Da igual el país, el equipo o la personalidad del jugador: su casa será blanca, con vistas a un campo de golf y una sala de cine privada donde probablemente se proyecte el resumen de sus mejores goles.
Un lujo tan frío como caro
Parece una paradoja, pero en su búsqueda de exclusividad, los futbolistas han terminado viviendo en mansiones intercambiables. Son casas que impresionan en fotos, pero en las que es difícil imaginar una vida. Todo es impoluto, simétrico, diseñado para que cada rincón sea instagrameable.
Los interiores son un manual de lujo contemporáneo sin riesgo:
- Mármol blanco en suelos y baños, porque cualquier otra opción podría parecer “demasiado normal”.
- Enorme cocina con isla central del tamaño de Tenerife.
- Iluminación ambiental con luces LED en cada esquina, que por la noche dan un aire de discoteca high-end.
- Gimnasio mejor equipado que el de algunos equipos de Segunda División.
¿Y los detalles personales? Más allá de los inevitables trofeos dorados y alguna camiseta enmarcada, brillan por su ausencia. Da la sensación de que estas casas están listas para salir al mercado en cualquier momento, como si su dueño fuera un inquilino temporal en su propio hogar.
Si todos son distintos, ¿por qué todas sus casas son iguales?
Uno pensaría que una persona con una cuenta bancaria ilimitada y acceso a los mejores arquitectos del mundo se construiría una casa única. Sin embargo, la mayoría prefiere seguir la misma fórmula. ¿Por qué? Varias razones lo explican:
1. Comprar, vender, repetir. La vida de un futbolista es nómada. Un fichaje inesperado y toca mudarse a otro país. Por eso, las casas están pensadas para ser inversiones fáciles de vender. Cuanto más neutra y “de catálogo”, mejor.
2. Seguridad ante todo. Las urbanizaciones cerradas con casas clónicas son el equivalente residencial de un búnker de lujo: discretas, blindadas y sin sorpresas.
3. El efecto dominó. Si el capitán del equipo se compra una mansión blanca con piscina infinita, es cuestión de tiempo que el resto del vestuario haga lo mismo.
Nos fascinan, pero ¿nos gustan?
A pesar de todo, las casas de los futbolistas siguen generando curiosidad. Tal vez porque representan una fantasía de éxito absoluto. Son mansiones que gritan “he llegado a lo más alto”, aunque a veces den la impresión de que nadie las habita realmente.
Lo curioso es que, a medida que el fútbol se convierte en un fenómeno cada vez más global, el concepto de la “casa de futbolista” también se ha ido estandarizando. Antes, un jugador brasileño enloquecía con el maximalismo tropical, uno italiano apostaba por una villa clásica y un británico se iba a lo más rústico posible. Hoy, todos parecen seguir la misma guía de estilo de Pinterest.
Quizás sea esa homogeneidad lo que hace que, cuando aparece un futbolista con una casa diferente (una cabaña de madera en medio del bosque, un ático industrial en una gran ciudad), la noticia se vuelva viral. Hasta que eso ocurra, seguiremos viendo las mismas piscinas infinitas y las mismas fachadas blancas en cada traspaso millonario. Eso sí, por supuesto: ojalá vivir en una de ellas.