Si uno se encuentra vigas de hormigón en una vivienda a reformar, puede que el primer impulso sea ocultarlas para que no afee el resultado final. Si vence ese arrebato, y además se alía con un arquitecto que sepa atisbar oportunidad allí donde uno no ve más que inconveniente, la cosa puede cambiar significativamente. Es lo que ha ocurrido en esta vivienda madrileña reformada por Iker López Estudio en un edificio de Ricardo Aroca y José Miguel de Prada Poole.

La singularidad de la estructura del edificio ha hecho posible el replanteo total del espacio que, en su estado original, estaba excesivamente compartimentado, no sacaba provecho a su altura potencial ni dejaba fluir la luz natural que recibía. El edificio se articula en torno a tres pilares en sus fachadas norte y sur, con vigas que se descuelgan 70 cm con perforaciones circulares cada dos metros diseñadas para poder pasar las instalaciones a través de ellas. Esto ha permitido disponer de una planta totalmente diáfana sobre la que trabajar.

Sobre este lienzo, el estudio de Iker López ha trabajado configurado a medida una planta de 135 metros, con una altura de más de tres, que deja las vigas originales a la vista y que, con cada detalle planteado, busca suplementar el trabajo arquitectónico preexistente poniéndolo en valor desde su interior.

La cocina, sin duda, es uno de los puntos fuertes de la reforma. Una zona única y especial por su singularidad, complejidad y conexión con el propio espíritu arquitectónico del edificio que "hubiera sido imposible de imaginar, ni construir, en otra vivienda que no fuera esta", subraya el arquitecto. En ella, una gran isla volada pende de una de las vigas estructurales del edificio mediante unas secciones de acero que convierten este elemento casi en una escultura.