En 1890, el año en que fue construido este edificio en la calle Villarroel de Barcelona, el llamado Plà Cerdà llevaba tan solo 30 años probándose. Así que es justo pensar que su inauguración supuso una celebración.
El edificio siguió las mismas directrices que el resto de sus fincas vecinas. Algunas ellas, como el hecho de ser viviendas pasantes, sigue siendo un acierto dos siglos más tarde. Pero otras herencias, como una excesiva división del espacio o una cocina solitaria, son la razón por la que Paul y Marçal, los propietarios de este piso, llamaron a Rubén Casquero Arquitectura. y Annapratsjoanvalls.
Más allá de adaptar la vivienda a sus futuros habitantes, la voluntad de los arquitectos era construir una casa donde el pasado fuera reconocible. La intervención debía mantener algunos elementos originales, como el pavimento hidráulico o las molduras del falso techo.
"Nuestra propuesta consistió, básicamente, en ampliar algunos pasos, incluir unas aberturas y descubrir algunas diagonales", revela Ruben Casquero. "Estas operaciones contribuyeron a suavizar la estrechez de una parcela que no permite disponer de patios interiores. Y, de esta forma, mejorar las condiciones naturales de luz y ventilación en el centro de la vivienda".
Por parte de los arquitectos, también existía el deseo de que aquello nuevo conservara, de alguna forma, el espíritu artesanal de la época. El pavimento de terracota, los bastidores de acero soldado o las balconeras de pino laminado, fueron elementos elaborados expresamente por artesanos locales. "El objetivo era conseguir una atmósfera que reuniera nuestras condiciones actuales de confort, junto al cariño y a la personalización que las técnicas poco industrializadas ofrecen", cuenta Casquero.
Al finalizar, hubo espacio para algo más. La antigua galería se recicló en lugar el ocio. "Un sitio donde regar las flores, brindar con copa y comer pasteles. Un lugar para la celebración", detalla el arquitecto.