La arquitectura moderna está de enhorabuena. La noticia del reconocimiento hace dos días por parte de la Unesco de la obra de Le Corbusier como Patrimonio de la Humanidad, es un regalo para su historia reciente. Resulta curioso que hasta hoy la modernidad arquitectónica estuviera apenas reconocida con solo 20 referencias de las 1.031 que protege el organismo; por eso, la mirada que esta valoración oficial significa sobre el trabajo de un tenaz moderno como "Le Corbu" abre una ventana muy esperanzadora sobre la custodia de las raíces de nuestro tiempo.

Ha pasado medio siglo desde que, en agosto de 1965, Le Corbusier se ahogara nadando frente a su amada casa de la playa, en Roquebrune Cap Martin, tras sufrir un paro cardiaco. Después de su desaparición, la postmodernidad polemizó sobre su legado, pero no dejó de revisarlo, y ese trabajo, en todo este tiempo, no ha dejado de ser una fuente inagotable de aprendizaje, polémica o estudio, como una de las grandes figuras de la arquitectura, el arte y la cultura del siglo xx. Con este reconocimiento oficial, el más importante que puede recibir a nivel mundial un lugar, y con la mención de nada menos que de 17 de sus obras, se consagra para siempre su mirada renovadora sobre el hábitat.

Charles-Édouard Jeanneret-Gris (lo de Le Corbusier fue un invento suyo jugando con el nombre de su abuela) fue un gran globetrotter. No hay más que mirar el recorrido geográfico de las 17 obras ahora protegidas por la Unesco para darse cuenta de la mirada abierta e inquieta del maestro suizo francés, que construyó por puntos muy dispares del planeta: la selección muestra obras en Francia, Japón, Alemania o la India. El repertorio de proyectos, que trazan un mapa muy interesante sobre la poderosa obra Corbusierana, es también un grand tour por obras maestras de la arquitectura del siglo XX: desde las villas –la Villa Saboya, la Casa doble en la colonia Weissenhof de Stuttgart, o la Casa para el Dr. Curutchet en Argentina– hasta los proyectos lejanos en India y Japón –Chandigarh o el Museo de Arte Occidental en Tokio–, pasando por los más famosos, los construidos en Francia, como la iglesia de Ronchamp, el convento de la Tourette o la Unidad de Habitación de Marsella.

Además de este importantísimo premio sobre la obra de Le Corbusier, la Unesco ha alzado también el trabajo de otro grande: Oscar Niemeyer que –coincidencia– fue discípulo del arquitecto francosuizo y juntos trabajaron en algunas partes de la obra maestra del arquitecto brasileño, reconocida hace años por las Naciones Unidas, la ciudad de Brasilia. El gran Niemeyer repite ahora con un conjunto de pabellones diseñados para el parque de Pampulha, en Belo Horizonte (Brasil). La inclusión en la lista de Niemeyer este año es doblemente importante para el mundo de la arquitectura porque supone el establecimiento de un canon universal sobre las bases del Movimiento Moderno y empieza a trabajarse la salvaguarda de edificios del siglo XX en una situación delicada en ciertos puntos del planeta, donde no existe una política de protección oficial.